sábado, 30 de julio de 2011

VIEJO NOBLE (193)

VIEJO NOBLE (193)
·         Publicado pors en enero 16, 2011 en 1:00am

Acá estoy, te espera mi abrigo sosegado,
me proyecto sobre negras sombras fantasmales...
Creo espacios para abrigar tus preciosas vidas,
aquéllas grandes, mínimas, pequeñas,
que en la algarabía de las mañanas
o en el atardecer bullicioso aún te espera,
en mi mundo plácido y sencillo,
cobijando el canto de las aves en el día,
y en la noche, a la luna bella que me abrasa,
entre sus brillantes besos de seda,
y adormece mis ramas
hasta el cántico de nuevo de las ranas,
dónde nace el río y muere la cascada.

Siento caer lágrimas del cielo
sobre mis amadas flores,
devolviendo amorosas sus candores
entre la bruma bella de las horas
y el agradable correr de mi vida,
con la mirada complaciente del valle
y el eterno envejecer de las ardientes dunas.

Tengo un corazón sin tiempo...
Casi tocando el cielo se perfila,
descubrí a sus enamorados dueños
que aún en su ancianidad
recorren sus silencios con los míos,
miran desde lejos
la promesa esculpida entre mi pecho 
con la daga clavada con sus nombres,
se besan, acarician y se duermen.

Acá estoy...
Pronto ya no seré más…
Caminan soberbios, me tocan,
me abrazan con un cinto extraño para mí...
Los miro hacer signos sobre mis hojas,
¡siento miedo!,
¡pero soy un gigante que nadie puede tocar!

¡Soy robusto... ¡fuerte!...
indómito mirando al cielo y sus estrellas.
Nunca envejezco pues mis hojas muertas del ayer,
hoy son jovenzuelos tiernos
con un nuevo amanecer.

Mis gigantes ramas se besan con la brisa,
los huracanes temen a mi fuerza
y mis ojos divisan como nadie,
la pradera que se pierde
en la inmensidad color marrón
de un valle casi desierto.

Están ahí otra vez,
ésta vez traen sus demonios
que empiezan a devorar mi tronco hermoso.
Inicio a caer con el dolor de mis años,
soy un vástago gigante que acaba de morir
sin derecho a preguntar ni a decir: ¿por qué?

Creo imaginar mi destino...
Me cargarán sobre el gran lomo de metal, 
o me lanzarán sin dolor desde la gran peña
hasta que llegue rodando cual bola de nieve,
para terminar sobre el soberbio e imponente río,
que me acoge y me pone a flotar
sobre sus amarillentas aguas.

Hoy... ya no soy...
Han esparcido mi vida en pedazos.
Escucho que ahora soy varios sillones
donde reposan sus cansancios
mientras, allá,
oculto entre el soleado y solitario valle,
perdido bajo sus imponentes cerros
sin mi estampa retratada,
yacen los ancianos que me amaron,
tallando sus corazones en mi pecho
con promesas elevadas al cielo,
entre suaves bosques y límpidas cascadas.

Raquel Rueda Bohórquez 
Barranquilla, enero16/11





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