EN LA CUEVA
Un día,
quisiera salir al parque y revisar detrás de las hojas, a los gusanos que se
volverán mariposa.
Hace poco
un viejo dolor tomó asiento en mis costillas y me repetía: ¡pronto moriré!, no
sé de qué, pero así será, puede ser que esas fiebres que secan mi boca en las noches
sean la ayuda celestial que a todo mortal le ha de llegar.
Beber
directo del manantial suelo hacer, luego como toda mujer que toca el filo de la
ancianidad, enciendo velas y oro por los que se adelantaron y me esperan
arriba, en esa casita blanca que surge entre las peñas, y tienen caminos
sembrados de hierbabuena y flores de mil colores.
Paso por el
cañaduzal, y a punta de roca, exprimo igual que el colibrí, tan dulce miel que
me llena de juventud, para buscar entre sus cañas un nido de gorrión, o a la
mirla que canta tan hermoso al verme pasar.
Busco una
letra más fina, pero no la hallo, siempre llevo prisa, es buena cuando queremos
llegar a tiempo a los brazos del amante, que, arropado con su ruana vieja, nos
pide una caricia que alivie el tormento de un largo día de trabajo.
Aquí entre
nos, por aquí no hay caricias, ellas se movieron de lugar, pero no pienso en
ellas sino para meditar.
Tengo los
riñones jodidos y un tanto me cuesta andar... ¿Qué tal una montaña encima?,
¡sería como ir al río y pedir pollo al carbón, habiendo bocachico y
salmón.
Luego sigo
pensando: ¿será que salgo al parque?, recordé que no soy de parques, sino de
extensas montañas y que, como las chivas, me gusta subir la cuesta y trepar por
los arbustos, para agarrar los frutos más dulces y las hojas más tiernas.
Me he
convertido en una rata almizclera, que vive en su madriguera y adora sus
oscuridades.
Igual, para
ser feliz me basto sola, desde aquí alzo las olas y me vuelvo mar de tanto
llorar.
Raquel
Rueda Bohòrquez
Barranquilla,
marzo 18/21
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