sábado, 16 de mayo de 2020

UNA VIEJA COMO YO


UNA VIEJA COMO YO

Una vieja como yo no sabe de amores,
no conoce del suspirar de una flor
ni del paso del colibrí por un jardín;

sólo sabe que pasaron por ahí
y que el tiempo se fue con ellos
estando entretenida en sueños,
donde ella era el ave y la doncella.

Dulce juventud: ¿a qué has venido?
Pasaste veloz, perfumas un rato,
una atracción enreda a los zumbadores
que por un instante se acercan
a robar tus mieles.

Pero una vieja como yo no sabe nada,
nunca en su vida conoció el amor
pero si vio como anidaban los vencejos,
y de su corazón la savia para endurecer un nicho,
donde perlas felices,
parecían flores en primavera.

¿Sabes qué sucedió?
 Hubo mucho por hacer
casi que ni el espejo lo podía ver,
porque una vieja como yo
no tuvo tiempo de ser niña
pues la niña se quedó vagando en su mirada
sobre cerros desnudos con olor a hierba
y pétalos de orquídeas sedientas.

Una vieja como yo
 se arruga de a poco
pero no envejece,
porque tiene el alma fresca
y se conduce como una paloma pequeña
en medio de un voraz mundo ausente,
pegado de lápidas de colores
en donde se entretienen,
con enredos de metal
 y sonidos de muertos vivos
que les roba el tiempo y el paisaje,
y ante todo, les roba el cariño de los viejos como yo.

Paso, tengo puesto el oído en sonidos de amores
en tambores y guitarras, en flautas y dulzainas;
en la brisa que se queda bailando en mi boca,
y creo que ciertamente es un beso que se me ha donado,
por eso, ¡por ser tan vieja y tan niña siempre!

A una vieja como yo no le pasan los años
porque se quedaron estacionados
 en un antiguo reloj sin movimiento
en una añeja sala que huele a todos los viejos
que por aquí pasaron.

En un rincón te veo,
más no eras una vieja,
la grácil niña se quedó en el sillón de todos los silencios,
amando, siempre amando cada sendero 
y cada peca de sus manos
como una bendición que contaba sus días,

y al fin, una vieja como yo,
siempre viva, alerta, pendiente
se quedará volando por aquí,
 junto a los enseres de otros viejos
que también fueron niños,
y frescas rosas en invierno;

pero nunca envejecen,
porque la mente está ocupada
y el ruido deja un espacio
donde sus ojos permanecen abiertos,
y sus labios cerrados;

pero sus manos parecen hablar,
sobre muertas teclas que bendicen sus días,
con letras que parecen luciérnagas ansiosas
ocultas en lápidas blancas
que no matan un árbol,
pero sí vuelven más dulce el tiempo.


Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, mayo 15/14




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