miércoles, 7 de febrero de 2018

AYER

AYER

Desperté como siempre, con ilusiones pequeñas porque son las mejores; con otros afanes que no llevan la puya en el zapato, sino con aquélla entereza de que soy afortunada por estar aquí un día más, pues todo pudo cambiar ayer, con ese dolor de cabeza que me hace vomitar, y después de ahí, asomo a la ventana para sentir la brisa helada de estos tiempos, azota y canta para carnaval su mejor canción, y el poeta continúa su viaje vendiendo sueños en su carreta.

Ayer se fue el amor dentro de las ramas de un árbol, lo podaron en plena floración y las aves que ahí estaban, perdieron su nido y su tiempo en recoger paja seca que abunda en mi jardín. La ardilla no halló su lugar y asustada pasó por la cuerda de la infelicidad, para llegar a mis manos y morir en el lugar escogido por el destino.

Pasa el tiempo veloz, no se siente como la brisa de ahora, dulce interpreta su canción entre las hojas y lentamente caen las niñas a mi balcón para que la gata blanca sacuda sus plumas y acabe con la bondad de sus melodías.

¿Qué ha pasado desde ayer?, valoro el segundo más que todos los años que han pasado, amo más a la gente y aprecio la soledad de mis tardes, pero viéndolo bien, ¿no estamos solos acaso desde que nacemos?, el mucho bullicio estropea la paz interior, y el demasiado silencio atrae a la melancolía que toma asiento en nuestro propio  rincón. 

Ayer te besé y me besaste, me enviabas poemas y te respondía; ayer sonaron las campanas por alguien que apenas veía la luz al asomar por el túnel de las delicias. 

Extraño todo de ayer, hasta los granos de arroz que caían de la mesa y que el perro tomaba con cariño. Extraño la voz dulce de mi viejo y su andar a brinquitos, sus bromas inocentes y hasta su propia ingenuidad de niño grande. 

El ayer se volvió un hoy, tan cercano a la muerte, que no sé si he vivido lo suficiente. Todos se han ido, las vidas se transforman, los hijos se crecen, el ave que siempre cantaba en mi árbol, parece que se fue a contar lágrimas en el cielo. 

¡Y te extraño!, extraño al potrillo que llegaba a mi puerta con una sonrisa amable y que un día de afanes, nos dejó con el mar en los ojos por siempre. ¿Entonces para qué me preocupo por el ahora si el ayer no existe?, ¿para qué me afano por el mañana si él se convertirá en un hoy?, /¡contando con la fortuna de un día más!, lo cierto, es que el espejo delata que voy para la tercera edad, que no sé en qué momento sucedió; mis años se quedaron en esta casa grande, sin salir al estadio, sin conocer la roca del águila ni el manantial por donde brotaban cada día, las más dulces esperanzas. 



Raquel Rueda Bohórquez 
07 02 18

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