EN MEDIO DE LA MONTAÑA (36)
Hay un jaguar que muere cada día, el hombre avanza y avanza,
ellos tienen hambre, pero su hambre termina en medio de una bala que se dispara
con tino en medio de su gran belleza, sin doler siquiera que nos crecimos
demasiado por ambiciosos, nos hacemos dueños de la tierra, pero nada nos
pertenece, ¡ni siquiera la vida!
El amado rincón de los sueños, cual si fuera blanca la vida,
quedando zurdas las manos con eficaz ardor, pero me atengo a ellas y en su
nobleza me consumo.
Siguen ahí la luz de una vieja lámpara que el óxido corrompe
y viola, más su belleza es la corola de una flor que no se vence con el tiempo
y entre su mágica luz, otro día implora.
Se derrite en la mesa la vela de los pedidos mágicos a
María, al santo del momento que en otra ocasión no recordaría. En su falda, un
río muerto se ha estacionado con figuras fantasmales, más no hay arenas para
correr, ahí se estacionan los versos del hoy y del mañana, ya veré si ha de
acontecer que haya un despertar, con aromas a incienso y mirra, a palo santo y
canela…
Se ha evaporado, ya no existe tal cirio y su llama parece
llorar entre el vestigio de humo que baila tangos, y después, en medio de una
serenata de chasquidos acuosos, se va, se va…
Pienso ahora en el jaguar moreno de otros tiempos, en sus
ojos verdes, su gran alzada; tiene manos que acarician y labios que saben
besar, brazos fuertes que ante la lluvia, de improviso se convierten en alar
para cobijar la carne y bendecir los deseos; anhelo me devore, y sí, nos
devoramos a versos, nos perdemos en medio del seco pasto que bordea el río
muerto, que dejó el llanto del cirio sobre la mesa.
Sus ojos son el lago más dulce que he podido adivinar, no
quiero cerrar los míos, en su profundo mirar mis estrellas se pierden y acudo
al temblor de su pecho en el mío, a su voz mansa como las olas besando las
rocas.
Sus niñas parecen girasoles en ámbar, huele a fiera salvaje,
parecen zumbidos de miles de abejas que pican por doquier, pero no duele ni
inflama la carne, sólo enciendo y apago, nos encendemos en medio de un temblor
de montaña, nos revolcamos cual lava bajando tibia y sosegada, y nos quedamos así,
viendo hacia las sinuosas lomas que vienen.
En medio de tal felicidad, el paisaje continúa, jamás
termina el amor; el hombre lo acaba pero él brota, él gime y llora dentro de
una perra con hambre; el amor se expande como una bomba por el universo aunque
el hombre lo quiera matar.
Pienso en el ave que ha perdido su árbol, en los perros
asesinados en cualquier sitio, en el hambre existiendo árboles como la moringa
y muchos más.
¿Cuánto tendremos que
decir, para que el hombre entienda que mientras la naturaleza exista, la escasez
es una perversidad? ¡Se la inventaron!, a propósito ha creado la penuria a
causa de las guerras, para echar la culpa a Dios de los males que ellos
causaron.
Quiero volar muy alto, más alto que las nubes y ver desde
arriba lo que existe, contagiarme de magia y fantasía, sin estar nunca más
triste por la obra del hombre que destruye la belleza. ¿Qué puedo hacer?,
estamos luchando contra seres sin alma que ríen de la poesía, y mientras no
exista amor por ella, es como estar muertos en vida.
Pasó el tren, nadie gritó, no pudo frenar, y nos vamos poco
a poco, /eso creemos/ porque el mundo y la vida continuarán aquí, por más
bombas infernales, por más odio sembrado, por más envidia y maldad que deseemos
implantar, el amor sobrepasa todo entendimiento humano, porque Él estará por
toda la eternidad pasando por aquí o por allá.
Se fue el marica, ¡hey marica!... ¡No te vayas!, no hubo
mano que detuviera a ese inmenso dragón, y el ave surcó el cielo en medio de un
gran estupor, se volvió mujer en un mundo de alas y espejos.
Ahora todo me sabe a mar, a boca de jaguar dentro de la mía,
a inocencia corrompida, a mujer, a madre que se fue en el barco de la mañana,
pero sigo amando, continúo soñando que estoy entre las garras de mi fiera de
ojos de caramelo, en medio del ruido de otro día.
Raquel Rueda Bohórquez
9 8 16
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