SUEÑO 8715 (27)
Todo era verde y blanco extenso… parecía un infinito que
flotaba entre las nubes, pero ahí nacía el verde más divino que jamás he visto,
había de todos los matices, iniciando el verde de tus ojos, verde montaña,
verde árbol tierno, verde esmeralda gota de aceite, verde niño, verde niña, era
todo tan mágico y celestial que no sabía la razón de que anoche cuando la
fiebre y la angustia parecían poseerme, mi alma se fue a navegar a otro espacio
y en medio de todo te vi. Estabas vestida de blanco tímido, halando a un azul
agua marino y tu rostro tenía rubor de niña feliz, el cabello corto y muy
negro, ensortijado, tus cejas arqueadas y bellas, y esa sonrisa de ángel que
siempre me acompañó en días de nieve y soleados.
Aparecí de alguna manera lanzando lluvia sobre las blancas
flores, muchas margaritas con su corazón de oro, nada más eso veía, y con mis
locuras de cabrita te dije: ¡mira madre, aprende de mí a regar las flores!, y
lancé mucha agua que cayó sobre todas ellas, más enseguida inició a llover
torrencialmente, eran cristales y cristales que se fueron juntando al instante,
fue ahí cuando me aferré a tu mano extendida, y empezó la lluvia a llevarnos
con mucha velocidad.
Dobladas las rodillas jugábamos cual niñas en medio de tanta
belleza, pero el agua se volvió un río cristalino que llevaba mucha fuerza y te
soltaste de mi mano, ahí te vi, nadabas sin mirar atrás y de nuevo desperté
sabiendo que no fue un sueño, viniste y me tocaste, como tantas veces y en
tantas ocasiones me diste la mano, ahora te
desvaneció el cielo, en medio de un aguacero de besos, y me quedé con
todas las nubes que otra vez se lloraban dentro de mí, por tener que aceptar
que sólo te podré ver de nuevo en otro sueño.
Raquel Rueda Bohórquez
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