YO GAVIOTA (4)
Sintiendo un apretón en el pecho como si la vida se
despidiera del río profundo que le habita, y el alma navegara en el océano de
las melancolías.
Ajustando ese calambre en las piernas al deseo de verte y
tenerte, y saber que jamás será tu fuego dentro de mí, ni serán las aves en su
peregrinar, conocedoras de lo que siento por ti.
Esperando el mañana que fue hoy, pero anhelando sigan los
días, continúen los sueños en el alar perdido de la soledad.
El tic tac del reloj no se detiene si la cuerda de la
inquietud se mueve y se renueva en su andar.
¡Ay de la vida!... ¡Compañeros de viaje!, hoy estamos un
tanto heridas, pero de tanto convulsionar mi pecho ante la indiferencia de un
abrazo, y ante el desamor de un beso, he decidido amarme a mí misma, para
esperar de tus ardientes ojos, un regreso.
Termino el café de ahora, son las 11.46 am, me gusta el
tiempo, juega con nosotros, nos anima o nos debilita, pero siempre hace lo que
desea, somos sus fichas para mover a su antojo.
El tiempo es la metáfora de lo extraño, ese pasar silencioso
arrugando del cuerpo todo, ese tornar de viento entre las palmeras moviendo sus
hojas cual pentagrama sin escribir, ¡pero qué bien lo saben las aves!, ellas
escriben todo su amor desde la mañana, luego lo cantan desde sus pequeñas
gargantas. Nos enseñan que la felicidad es un pequeño detalle de plumas que se
alargan y extienden, luego se repiten en un lago, si pasan, y de nuevo se
versan entre las flores, se besan, se toman, entregando joyas y joyas a los
jardines, para que aprendamos de ellas a ser felices con lo que toque.
¡Pero si me prestaran
sus alas!...
¡Si tan solo un segundo pudiera volar como ellas!
Recuerdo entonces el mar, las olas; cierro los ojos y
extiendo los brazos, escucho ese rumor entre los acantilados de fuerza y
coraje, luego mi propia gaviota sale de su cárcel, se agita entre la bruma que
forma el picacho de olas que suben y bajan, y desaparezco, no existo, para ser
al fin una pálida mortaja que canta cada vez que se eleva, y silencia al bajar
en picada, rompiendo el mar y quebrando el corazón de un pez, para llevar un
trozo de felicidad a casa.
Raquel Rueda Bohórquez
31 5 16
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