martes, 31 de mayo de 2016

YO GAVIOTA (4)

YO GAVIOTA (4)

Sintiendo un apretón en el pecho como si la vida se despidiera del río profundo que le habita, y el alma navegara en el océano de las melancolías.

Ajustando ese calambre en las piernas al deseo de verte y tenerte, y saber que jamás será tu fuego dentro de mí, ni serán las aves en su peregrinar, conocedoras de lo que siento por ti.

Esperando el mañana que fue hoy, pero anhelando sigan los días, continúen los sueños en el alar perdido de la soledad.

El tic tac del reloj no se detiene si la cuerda de la inquietud se mueve y se renueva en su andar.

¡Ay de la vida!... ¡Compañeros de viaje!, hoy estamos un tanto heridas, pero de tanto convulsionar mi pecho ante la indiferencia de un abrazo, y ante el desamor de un beso, he decidido amarme a mí misma, para esperar de tus ardientes ojos, un regreso.

Termino el café de ahora, son las 11.46 am, me gusta el tiempo, juega con nosotros, nos anima o nos debilita, pero siempre hace lo que desea, somos sus fichas para mover a su antojo.

El tiempo es la metáfora de lo extraño, ese pasar silencioso arrugando del cuerpo todo, ese tornar de viento entre las palmeras moviendo sus hojas cual pentagrama sin escribir, ¡pero qué bien lo saben las aves!, ellas escriben todo su amor desde la mañana, luego lo cantan desde sus pequeñas gargantas. Nos enseñan que la felicidad es un pequeño detalle de plumas que se alargan y extienden, luego se repiten en un lago, si pasan, y de nuevo se versan entre las flores, se besan, se toman, entregando joyas y joyas a los jardines, para que aprendamos de ellas a ser felices con lo que toque.

 ¡Pero si me prestaran sus alas!...
¡Si tan solo un segundo pudiera volar como ellas!

Recuerdo entonces el mar, las olas; cierro los ojos y extiendo los brazos, escucho ese rumor entre los acantilados de fuerza y coraje, luego mi propia gaviota sale de su cárcel, se agita entre la bruma que forma el picacho de olas que suben y bajan, y desaparezco, no existo, para ser al fin una pálida mortaja que canta cada vez que se eleva, y silencia al bajar en picada, rompiendo el mar y quebrando el corazón de un pez, para llevar un trozo de felicidad a casa.

Raquel Rueda Bohórquez
31 5 16







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