jueves, 5 de mayo de 2016

LAVANDO RECUERDOS (60)

LAVANDO RECUERDOS (60)

Estaba lavando bajo la lluvia y recogiendo agua.

Desde que el agua inició a venderse, cada día su precio sube; dicen que se acaba, pero el cielo cada tanto nos demuestra que es mentira, ella va y viene, es un juego de niños con canicas de nieve y diamantes de miel.

La gente ahorra, pero no es demasiado lo que baja el recibo, al contrario, más ajustan los precios.  Nos sacrificamos con baldes, recogemos de lluvia, es un gran negocio, luego envasarán el aire y lo venderán puro, después dirán que los planetas les pertenecen y armarán parcelas que venderán a los ricos.

Todo tiene precio, imagino que después nos vendarán los ojos para cobrar por ver el paisaje, ya que todo se está volviendo un mundo gris, con almas y cerebros negros y empantanados donde no florecerá nada bueno.

Cada vez que llueve regresa el mirlo a cantar y retorna melancolía con más ánimo, pero ya aprendí que no estás para tocarte, pero permaneces viva en el recuerdo.

La lluvia me trae tu cabello blanco, tus ojos verde madre, tus manos arrugadas templadas al fuego, y tu corazón dolido por tanta ingratitud que tuviste que vivir de quienes debieron amarte.

El árbol de tu casa se fue contigo, quedó un enorme vacío; la silla que llora, la ventana que gime, el ave ausente en tu ventana y la luz que todavía es necia; el calor que abrasa como tú, dulcemente; y así en forma de llama, se lleva  todo, menos los recuerdos.

La lluvia lavó mis ojos, la escasa cabellera se parece a ti… revivió la lluvia, los lirios de la tarde y las rosas que no se han sembrado, ¡así es de mágica!, ha traído con las hojas caídas el mes de mayo y con él también a María.

Es la lluvia el encanto más dulce del paisaje y ahí estás, viéndolo todo, orando por cada flor en el camino.

Imagino que por allá te encontrarás con todos, pueda ser que te abracen ahora que pueden mirar de cerca tu alma y tocar tus pensamientos de flor, en otra vereda, si te escuchan cantar, y adivinan que la Princesa eras tú, el mirlo que voló con tus propias alas y rasgó el cielo para que entraras.

Raquel Rueda Bohórquez
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