HACIA ADENTRO (17)
Me gustaba la paz de la clínica, es más; disfruté de ese
silencio, de las sábanas blancas; me reencontré con ese yo frágil que volvió a
sonreír.
La morada del hombre y su esencia, puedo creer que es la
misma morada de la semilla, y la función de la sombra, es acompañar hasta el
fin, a ese algo que por su gracia estuvo a su lado.
No hubo espacio para la soledad, porque ese espacio fue
ocupado por el viento, y nadie se dio cuenta, sino hasta que su enojo hizo
sonar la tierra y crujir las rocas.
Amar es la mayor motivación para continuar, sé que todo es
poesía, que somos un poema; nos impulsamos de una manera o de otra, pero cada
uno seguirá su propio camino, espero el mío; sé que de un instante a otro, mi
sombra me arropará y desapareceré de tu vista, pero seré transformada en nube
pasajera o en flor en tu rivera.
La morada de cada ser es hacia adentro de la tierra, ella
nos tomará, seremos una hoja bailando, una pluma nadando, un pétalo brotando;
más luego se abrirá la puerta por donde tendremos que pasar y después de ahí,
¡no lo sé!
Siento que por ahora, sin saber, vi en mi ventana a un
palomo sin vida arropando a dos perlas, pero nadie sabía de ese destino tan
incierto, ni que tendría que ver su imagen con la cabeza hundida entre la paja
seca, y ella, su amor, ahí viéndome triste con una súplica de oro en su mirada.
Escucho El Tao, creo que debo aprender a escuchar el sonido
de las raíces y a doblar el cuello con humildad, para verme grande al salir el
sol, sin desear ser tan brillante, pero seguiremos centelleando en la estrella
que nos junta, o que me inventé en medio de una locura que nadie conoce, pero
sé que existe, y que te lleva cada sueño y cada fantasía que pasa, por esos
senderos extraños del pensamiento.
Raquel Rueda Bohórquez
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