UN DÍA CERO (96)
Cierto día, muy inquieta, empecé a escribir, y entre más lo
hacía, más me gustaba; no como en épocas de niña en que declamaba poesía, y no
faltó quién se burlara. Por eso digo que no debemos reír de los niños, porque
cuando crecen, tendrán memoria de cada abrazo y cada beso, pero lo que más
recordarán son las burlas que los enojaron hasta llorar y desear escribir a
escondidas de todos.
Fue entonces cuando mi hija me abrió una página sin saber
utilizar herramientas, y sin conocimiento de nada, muy asustada y temblorosa
toqué una puerta, estuvo de par en par, hasta que la cerraron y nos dejaron a
todos por fuera.
Nos fuimos encontrando aquí, ninguno se ríe de nadie, todos
nos respetamos, no somos grandes escritores ni poetas, somos seres humanos
buscando amor, la mayoría entramos porque necesitábamos un abrazo, que alguien
nos escuchara, y decidí quedarme aquí, porque nadie cerrará mi propia puerta,
está abierta de par en par.
Mis pequeñas obras son del mundo, aunque necesite cada peso
para sobrevivir, si ha de llegar como lluvia, llegará cuando menos esté
pensando en dinero.
Ahora mismo llueve, es una sentencia divina, ¡qué raro!,
parecía un día normal, pero ahora se bendice mi espacio con diamantes y joyas
que bajan directo del cielo, y estaba preparada para salir.
Un "algo" me hace esperar por mis gafas, entonces
me doblo y espero. Un café será bendición, y su aroma, será como estar sobre la
montaña más alta de mi tierra y respirar vida que se agita y canta, retoza y
brilla, ¿para qué más?
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, noviembre 4/15
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