jueves, 5 de noviembre de 2015

EN MI ESPEJO (88)

EN MI ESPEJO (88)

Cierta vez, quise ver en mi espejo como era mi “cuca”, así le llamamos a ese pequeño triángulo que de un momento a otro se llena de vello y luego de pelo ensortijado, tenía como 9 años, iniciaban a crecer mis pechos, una bolita dura que dolía y los pezones también se crecieron, pero no me podía ver y esto me inquietaba, todo era pecado, hasta mirar cómo se levantaba el pene de un niño y queríamos preguntar su motivo.

Busqué un tinte para agrandar mis pechos, ¿qué importaba acaso?, ¡eran míos!, ¿por qué razón no podía verme al espejo y esculcar cada parte de ese pequeño y pálido cuerpo que estaba cambiando?

Todos se habían ido, Myriam era la única que tenía un espejo grande donde podíamos vernos completas, y aproveché que no estaban, me desnudé y me vi tan bonita, ¿era pecado?, ¿qué razón hay para que nuestro propio cuerpo se convierta en eso que nos inculcan?, veía a otros niños desnudos y me parecían hermosos, el cuerpecito de German era como el de un ángel, y mi madre lo mantenía desnudo mientras lo bañaba,  todo en él tenía gracia, era como desnudar el alma entre los brazos, y saber que se bebía el cielo, que manaba por los pechos de mi vieja.

Más otros recuerdos ahondaban tristezas, muchos miedos que se fueron acumulando, hasta pensar que el verdadero pecado no eran esos manoseos de viejo sucio que recordaba en una niñez, con la boca tapada y los ojos abiertos.

Mi pecado estaba ahí, con mis pequeñas manos toqué mis pechos, busqué el nido donde se arman todas las tristezas y alegrías de la vida, y quise ver todo, parecía una orquídea pequeña, ¿eso era pecado?, ¡Dios mío, perdóname! ¡Soy una santa pecadora!, ¡mea culpa, culpa mea!

Y estando en esto, una vez coloreados los pezones para verme como mis hermanas, fui sorprendida, y entonces entre las dos hermanas mayores me avergonzaron tanto, sentí que era un pájaro de nieve, y que el sol pegaba tan fuerte, que desaparecí con los ojos cerrados y un mar de lágrimas ahogaba todas mis iras contenidas.

¡Déjenme quieta!, y entonces manoseaban para ver qué tan grandes estaban, reían y reían a carcajadas, y seguro que sí, por esto me pelaron el culo, por querer mirar que también era un gajo en una primavera, que me estaba convirtiendo en mujer, y que pronto un río espeso con olor a chocolate, bajaría por entre mis piernas, ¡ya estaba advertida!, ¡me picaría el murciélago!, y ese picar era un tormento de dolores agudos, que gracias a mi cáncer, al fin cesaron, y al fin, solita me condené al  infierno de vivir por siempre señalada por desear ser yo misma.

¿Será pecado abrir las piernas y condenarme a tu amor?

Si es así, quiero condenarme a tus brazos y morir así, con ésta sentencia tan dulce de sentirme amada alguna vez.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, noviembre 5/15





No hay comentarios:

Publicar un comentario