EL INQUILINO DE MYRIAM [44]
Era joven, hasta hermoso, diría, siempre estuvo ahí
cuidando de su hogar mientras su esposa profesora iba a sus labores. Feliz
cuidaba un jardín, quería tener un pequeño galpón de una gallina y sus
pollitos, pero ahora todo se prohíbe, hasta que cante un gallo al amanecer.
El inquilino aceptó, pero continuó criando
palomitas café, tan diminutas, que a nadie estorbarían, luego las dejó libres,
pero ellas estaban amañadas con su cariño, y ahí se quedaban, junto a esa
pequeña mesa donde muchos relojes arreglaba.
De aquí para allá, la vida era un continuar, en ese
rincón de la casa de mi hermana, vivían hace rato, no daban qué hacer, una niña
pequeña, una anciana mutilada que poco a poco se vencía con sus pocas canas, y
el azúcar de caña que corría por sus venas.
Un descansar cuando murió, él le tenía cariño, era
quien la bañaba mientras su esposa iba y venía cada día a su trabajo, para
poder entre los dos, solventar los gastos y continuar como a todos nos toca,
con la carga de vivir, que se hace insoportable, con las tantas arandelas que
aparecen, pero ahí estaban, se veían felices, y sabían sortear cada enredo en
sus caminos.
Cierto día se venció la suegra, y no era una
maldita suegra, como aquéllas mujeres llenas de envidia que no saben apreciar a
la mujer que parió el hombre que nos contenta con flores, y nos alivia con
besos, ¡no todos aclaro!, ¿pero a éstas horas del paseo, para qué me quejo?
Todo fue en silencio, sin ruido así como su
existencia, ayudando en la tarea a pesar de no tener piernas, con una sonrisa
que alegraba, y esa mirada que parecía de un cóndor de inmensas alas.
Un resbalón fue la causa, ¡qué calor Dios mío!, ahí
estaba Gina, la mamá de Paulina con Fernando Kiriko, y al médico fue a parar el
inquilino, sin pensar en palomar ni relojes, flores en el jardín, ni la tarea
del día, pues ahora otros afanes venían.
De ahí no se levantó más, ¡puede ser que el golpe
en su cabeza, le hizo perder la conciencia!, ¡Dios mío, ahora qué hacemos!,
pero se pudo, hubo doble trabajo, una que otra mano que ayuda, a veces nada,
dejar al tipo en su cama y continuar el mismo trasegar de la vida.
Esta semana fue cableado, resortes, sonidos, luces
que encienden y apagan, ¿por qué razón no le desconectan?, decía Dorita siempre
tratando de dar respuesta cierta y con su pregunta indecente, y entonces la
esposa un poco afanada responde: ¿y si no se muere?, ¡claro que reí, ni más
faltaba!, ¿acaso no da risa semejante pavada?
Ayer fue otra historia, vinieron palomas pequeñas y
en sus alas lo llevaron, ¡para lo que pesa el alma!, y el inquilino, a quien ni
una vez visité, / ¡imagino que por esto no me condenaré!, ni fui a su entierro,
¿ya para qué?, ¡descansó en paz!, y la profesora también.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, septiembre 11/15
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