RECUERDOS 3 [74]
También había un patio, mi madre era la jardinera
de mi corazón, cultivó el alma de un poeta y siempre lo intuí, aunque pocos
rieran de mis versos, ella me escuchaba y temblaban perlitas pálidas en sus
ojos al mirarnos.
Un rincón para subir al árbol de ciruelo, una
ladrona de gajos buenos, y luego carcajadas ¡jajaja!, Cesitar el consentido,
Juanka el más amado, Dorita hacendosa y quisquillosa robando pan, y
escondiéndolo debajo de la almohada, y echándole a Kico la culpa de todo,
aunque él no era cualquier dulce en remojo, jodía por 10, pero los otros
angelitos aún más...
Cuando los mayores se quedaron trabajando en
Bucaramanga y Alirio en Ecopetrol, un poco la carga se volvió liviana, pero
éramos muchos todavía, la última cochada donde estaba yo, claro que fue la
mejor de todas, porque probamos la miel directo del panal, aunque a veces los
celos de los hermanos no dejaban ningún amor arrimar.
Y bolita, como le llamaba Domingo a German, fue la
tapa de la olla, ¡qué verraco de hacernos reír!, pero también llorar, cuando
envainaba las tareas de los muchachos, con las manos sucias, y escondía los
zapatos y las medias, o lanzaba los uniformes a cualquier solar...
Los insultos de cierta dama a mi madre, cuando a
German, una china malhechora hacía mofa y escupía nuestros rostros, una
venganza de niño en un ojo, y a la cárcel el angelito fue a templar.
Muchas cosas, entre dulces y tristezas, entre
alfombras y pobreza de la ciudad, de nuevo a Zapatoca, la casa de mi padrino
con un patio enriquecido, Isabelita, la española triste de quien nadie conoció
su historia, y nosotros, vecinos de patio, ¿alguien lo puede imaginar?... había
un amor frente a mi casa, las novias de mis hermanos, los tuteos y las risas,
la timidez de un beso y una caricia, nos encontró de nuevo con el uniforme de
las Bethlemitas estrenando de todo, aunque ahora recuerdo que mi uniforme me lo
regaló mi tía María, era de Teresa, de su último año tal vez, compartí con ella
su último año, y tengo recuerdos bonitos, el mismo apellido y uno que otro
cariño en el recreo… un bocado de helado, un trozo de lo que ella comía, y
siempre hubo ese recuerdo que aún permanece, donde nos cedieron vestido para
abrigar esos fríos de mi pueblo, y los
muchachos a la escuela, la sonrisa de mi viejo llevándonos con orgullo, el
saludo de las monjas: ¡Bienvenidas a casa!, ¿y Káiser?... ¡ahí está mi
perrito!, el regalo de un viejo amigo de mi padre en Bucaramanga, pero como era
fino se lo entregó castrado, nunca supe qué raza era, muy negro y peludo, pero
ahora viendo en Internet lo encontré, Border Collie, pequeño, nos acompañó toda la travesía de
Bucaramanga a Zapatoca siendo un bebé todavía, y creció con un montón de niños
que lo amábamos, siempre nos acompañó al colegio, no valía que nos
escondiéramos, él nos olfateaba y fueron momentos de muchas carcajadas, asomaba
a mi salón de clases y a veces se quedaba bajo mi silla, hasta que Kico se lo
llevó a la quebrada Zapatoca, cierto día, el perrito ya estaba viejo, algo
sucedió allá, y recuerdo a Domingo y todos llorando, se ahogó, y luego Domingo
de regreso montaña abajo a enterrar a su amigo, nuestro niño como era debido,
colocó muchas rocas para que no lo devoraran los goleros y algunas flores
acompañaron a nuestro amor, que mereció mejor suerte, pues fue un buen amigo,
el consentido de mami con sus trocitos de panela cada día, ella sabía… ¿no le
han dado el cariñito a mi amor?... y con ese batir de cola endulzaba cualquier
pena.
Recuerdo cierto día cuando un cuñado dijo a mi
padre en medio de sus charlas: Algo como el que se va buscando riqueza, como el
perro con el rabo entre las piernas regresa… no recuerdo muy bien el refrán
pero más o menos es lo que recuerdo, y mi viejo muy dolido, le replicó que no
se había ido a buscar riquezas sino que deseaba un mejor futuro para sus hijos,
pero que en Bucaramanga tenía una casa grande muy hermosa, de dos plantas, y
nosotros sabemos del sacrificio para conseguirla y pagarla cuando todavía se podía
comprar casa, compró el lote y a su gusto, que era muy bueno, un amigo
constructor de los antiguos le construyó una enorme casa muy linda donde al fin
después de tumbo en tumbo en una casa y otra, hubo un brindis al recuperar algo
que se había perdido al viajar a Bucaramanga, fueron pocos años, porque inicié
primaria allá y la terminé, o sea que mi viejo en 5 años ya tenía casa propia,
era un hombre de armas tomar, y mi admiración persiste, sus hermanos y familia
fueron muy buenos en tiempos de fracaso y hay una anécdota cuando perdió
primero el bus, luego la volqueta, y después de nuevo estrelló en un viaje de
Bucaramanga a Sabana de Torres, la buseta, contra un barranco pues se quedó sin
frenos, sino, hubiesen muerto todos, pues había un precipicio.
De éste momento entrañable cuando bajaron a mi
padre muy herido de un camión, donde alguien en el camino lo recogió para
llevarlo a casa, y lo raro es que soportó su pierna partida y su rodilla hecha
migas además de moretones por todo el
cuerpo y esquirlas de vidrios en la piel, pero cuando lo bajaron, ahí se derrumbó, su
rostro para mí es inolvidable, el dolor de un Nazareno y sus ojos aguantando
lágrimas para que nosotros no perdiéramos la imagen de hombre fuerte, macho y
arrecho, como le decía él a los muchachos y a nosotras: ¡Más machas que María!,
para que no mostráramos debilidad ante los demás, y soportáramos todas las
cruces que nos tocaran en el camino.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, enero 16/14
® 10-491-97
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