ESA MUJER
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Esa mujer
hablaba con las aves, y ellas le respondían, algunas estaban sueltas en su
casa, pero cierta vez enfermó muy grave, y cuando la mujer no está en casa, los
gatos hacen fiestas, luego la mujer pensó: Ha de ser que al morir ellos, me
regalaron su aliento para continuar un poco más, y ella recuerda a Cielito, el
cardenal rojo, a Chepe el canario dorado, a Joaquín, el carpintero, y pare de
contar, siempre hubo una conexión con las aves y los animales desde niña,
conozco a esa vieja mañosa más de lo que cualquiera pudiera conocerla, una gran
cicatriz habla de sus historias trepando árboles y corriendo detrás de las
perdices y sus polluelos.
Es
altanera, se enoja mucho ante la injusticia, a veces cuando se cansa de pelear,
se ve al espejo: ¿esa señora soy yo?, ¿cuándo envejecí de tal manera?, si ayer
correteaba con las cabritas por el monte, con Diana, con José, con su pequeño
bebé que parecía la primera nieve, y sabía enlazar por los cuernos al toro,
derribó a los 9 años a un enorme toro porque la arrastró por el camino, y
luego... se dedicó a perseguir mariposas azules, pero todas se alejaban, y ella
quedaba ahí pensando que estarían en un cielo hermoso, pero imposible que no
fuera como éste paraíso tan maltratado, sería imposible que no existieran
cascadas y riachuelos, montes y quebradas, mirlos y toches, madres y padres
como los que alguna vez le fueron prestados...
Esa mujer
sabía en qué momento iniciaba el amor en las aves, colocaba sus nidos con tal
amor, que las que nunca habían anidado, seguro lo hacían, vio nacer a los
pequeños diamantes, parecían tan desnudos, pero su pico abierto semejaba una
flor, la primera emoción, el primer llanto, su voz al pedir alimento no a sus
padres sino a ella... ¿qué mujer loca dedicaría parte de su vida a criar
animales?, hay muchas locas como ella en el planeta, deberían haber más locos,
pero ella tenía un defecto: los tenía prisioneros, y en medio de esa prisión de
cantares, su vida se disolvía poco a poco, hasta que pensó: Vivo tan prisionera
como ellas, éste ha de ser el castigo, en mi cárcel, viéndolos ser, mientras se
alejan de mis manos por unos centavos, y el mundo critica cada verso o cada
poema, entretejido en los gajos del limonar ausente.
Más cierto
día la mujer dijo: ¿Quieren ser libres?... mis amores, vayan al bosque,
descubran las maravillas que por mi mano les fueron negadas, pero no querían
volar, se habían acostumbrado a la prisión del amor.
¡Vayan!...
vayan por favor... quiero que vean el sol de cerca, que tomen pepitas del
bosque, y en cada trino me recuerden.
Y así fue,
algunos la mala suerte con dientes afilados los destruyó antes de volar
siquiera, otros se alejaron, todavía regresan los papayeros, los canarios
fueron encerrados por otros, que como yo, ansiaban libertad viendo a otros en
prisiones y así mismo se encarcelaron.
Pero más
que todo, recuerda a la más necia, un pequeño pajarito gris... él no cantaba,
solo comía, pero cuando veía a la dama, abría sus pequeñas alas y empezaba a
chillar como diciendo: ¡te quiero!, ¡te quiero!, ¡te quiero!, ahí estuvo, ella
dice que no recuerda en qué momento se fue de su vida, si lo regaló, si lo
obligó a volar o si murió, en esa mente de cámara éste instante se borró.
Ahora que
no están, ¿qué haré?... pero la dama continuó con otras inquietudes, decidió
que plasmaría la voz de una hoja en el desierto y en medio de ella, traería la
voz de todas sus aves, los ruidos de todos los niños que todavía estaban en
libertad, una libertad extraña, en medio de ruido de árboles que caen y
dragones que devastan su libertad, siguieron prisioneros de la mala suerte,
pero algún día no tendrán alas ni plumas, serán como la brisa de ahora, libre,
paseando por donde se le antoje, besando las hojas que deseen, y recordando,
que nadie puede ser prisionero, porque así mismo, seremos jaula, tan solo eso,
encarcelando nuestra piel en un alma que desea volar .
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla, enero 9/15
10-491-97
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