LE
PEDÍ A DIOS
Le pedí a Dios un día,
me regaló miles de días;
un árbol, y me
dio un bosque,
un amor, y me entregó a
mi madre;
un lucero,
y me entregó en bandeja
de plata sus ojos.
Le pedí a Dios un
suspiro,
me envió la brisa
para que llenara mis pulmones,
el mar, para que
evocara su voz
y alardeara a ser
juguetona como las olas
cuando van y vienen
para morir en la playa.
Le pedí un roble y me
regaló a mi padre,
sus gajos abrigaron mi
pequeñez,
me sostuvieron hasta
que pude entregar mis semillas
y pudiera contemplar la
grandeza de una anaconda
entre vastas montañas
viajando en el ayer.
Me dio la enfermedad
para que apreciara la vida
y después me levantó en
sus manos,
alivió mis heridas por
medio de sus milagros,
una vela encendida en
manos temblorosas,
un rosario repetido por
miles de bocas.
Le pedí flores para mi
jardín,
me regaló a mis hijos,
un cielo azul oculto en
sus miradas,
vaso de cristal para
llenar de esperanzas,
espinas válidas también
para madurar el rostro
y perfumes cálidos para
atrapar el alba.
Le pedí una perla sin
heridas,
donó una cadena entre
las ramas,
la sal de la vida para
limpiarlas
y un mundo de poemas
para consolarme.
¿Qué más le pido a
Dios?
Todo me lo ha dado
pero sigo anhelando
más.
¿Qué persigo?
Al viento... sólo al
viento,
para rogar por mis alas
y volar
hacia ese mundo mágico
del siempre
y del nunca más...
Y recordé que no le
había pedido felicidad
entonces se enojó
conmigo,
y al voltear a ver,
un gorrión bajo la
lluvia
me invitó a orar.
Le pedí música
y el bosque se convirtió
en orquesta.
¿Qué más deseas?
-preguntó-
Decidí que era momento
de permitir su obra
y enmudecer.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, octubre
25/14

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