LA CASA
(CUENTO)
Cierta vez,
en algún punto del universo cuando las olas declamaban un poema junto a la
brisa, un niño solitario se arrodilló cerca de unas rocas, pues algo que había
encontrado le llamaba mucho la atención.
Parece una
casita de cristal, ¡tan linda!, y dentro de ella pareciera un ángel danzar,
lleva una torre, como un pedestal y debajo de ella, ramitos como hilos de plata
extendidos, que llenan de tinta el mar para pintarlo de azul.
Quiso el
niño tomarlo en sus manos, con una caricia que nada significó, porque parecía
moverse de un lado a otro con lenta malicia, hasta que el niño su inquietud no
aguantó, y apresó la casita de cristal en sus manos.
El niño al
instante inició a gritar ¡noooooooo!, esa tinta azul no pinta el mar es
mentira, quema mi piel y ahora ardo en fiebre, -qué hago-, -será que
moriré lentamente-, ¡Dios santo!, y no
pedí permiso a mi madre, y si acaso me voy hacia donde está la luz al final del
camino –quién le hablará por mí-.
Un ermitaño
que por ahí pasaba con sigilo, le dijo algo al oído, y el niño lavó la tinta y regó
de su propio líquido salado en su mano, y al momento sonrió.
¡Sabes
tantas cosas ermitaño!, -quién te enseña todo esto, y como es que vives en casa
prestada en vez de tener la propia-
-No todos
tenemos la dicha de tener casa, al final de la vida, todo es prestado, hasta tu
propia casa donde el alma habita, pero el mar es generoso y cuando los
caracoles se van lejos, dejan en el fondo del mar sus cofres, para nosotros, porque su generosidad va más
allá de sus propias vidas.
-Pero tu
casa es fea por fuera, y tienes que mudarte siempre de hogar, en cambio yo,
tengo una casa muy grande y busco entre las rocas alguien con quien jugar, pues
mis padres siempre viven ocupados, y entonces prefiero vivir como tú, fuera de
ella rogando la tibieza en otros lugares como el que aquí me encontró.
-Dices que
fea mi casa-, te equivocas niño, nunca mires por fuera lo que abunda por
dentro, si te detienes un instante, en mi hogar hay frescura, y quien lijó su
interior, lo hizo con gran maestría,
parece mármol del más fino, o una ostra extendida, dejando matices de colores
para que un hada vestida parezca, en tanto, yo ni me entero, pero sigo
cambiando de casa cuando otra más grande me espera.
El cristal
no es lo que parece, si se quiebra te puedes herir, pero si lo dejas quieto en
su lugar, será como tu alma, límpida y pura, más si la ensucias perderá su
brillo y el filo escondido será navaja en tus dedos, como daga mortífera, no es
una casita, ni lo que hay en su interior es un ángel, es tan solo otra vida
esperando su viaje, y sus hilos de plata son su protección.
Nada es feo,
la belleza es sólo la manera que tenemos de ver las cosas, pero si te detienes
un poco, dentro de la roca encontrarás las más lindas joyas, si quieres pulir
las de tu alma, sólo mira el interior de las cosas, porque lo externo se
corrompe, y como el leño al fuego, lo único bello son las llamas danzando, y la
brisa, cuando llega por sus leves cenizas.
El niño se
alejó con una sonrisa, le contaría a mami todo lo que el ermitaño y su casita
prestada le enseñaron, tenía que pedir permiso para salir, ésta vez la
providencia estuvo de su lado, pero afuera siempre hay peligro, la próxima vez, le diría a sus padres que cuando no estuvieran trabajando lo trajeran de nuevo, para hablar otro rato con ermitaño, que tenía mucho para enseñar, y él, demasiado
por aprender.
Raquel Rueda Bohórquez
Barraquilla, agosto 12/14
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