martes, 12 de agosto de 2014

LA CASA (CUENTO)



LA CASA (CUENTO)

Cierta vez, en algún punto del universo cuando las olas declamaban un poema junto a la brisa, un niño solitario se arrodilló cerca de unas rocas, pues algo que había encontrado le llamaba mucho la atención.

Parece una casita de cristal, ¡tan linda!, y dentro de ella pareciera un ángel danzar, lleva una torre, como un pedestal y debajo de ella, ramitos como hilos de plata extendidos, que llenan de tinta el mar para pintarlo de azul.

Quiso el niño tomarlo en sus manos, con una caricia que nada significó, porque parecía moverse de un lado a otro con lenta malicia, hasta que el niño su inquietud no aguantó, y apresó la casita de cristal en sus manos.

El niño al instante inició a gritar ¡noooooooo!, esa tinta azul no pinta el mar es mentira, quema mi piel y ahora ardo en fiebre, -qué hago-, -será que moriré  lentamente-, ¡Dios santo!, y no pedí permiso a mi madre, y si acaso me voy hacia donde está la luz al final del camino –quién le hablará por mí-.

Un ermitaño que por ahí pasaba con sigilo, le dijo algo al oído, y el niño lavó la tinta y regó de su propio líquido salado en su mano, y al momento sonrió.
¡Sabes tantas cosas ermitaño!, -quién te enseña todo esto, y como es que vives en casa prestada en vez de tener la propia-

-No todos tenemos la dicha de tener casa, al final de la vida, todo es prestado, hasta tu propia casa donde el alma habita, pero el mar es generoso y cuando los caracoles se van lejos, dejan en el fondo del mar sus cofres,  para nosotros, porque su generosidad va más allá de sus propias vidas.

-Pero tu casa es fea por fuera, y tienes que mudarte siempre de hogar, en cambio yo, tengo una casa muy grande y busco entre las rocas alguien con quien jugar, pues mis padres siempre viven ocupados, y entonces prefiero vivir como tú, fuera de ella rogando la tibieza en otros lugares como el que aquí me encontró.

-Dices que fea mi casa-, te equivocas niño, nunca mires por fuera lo que abunda por dentro, si te detienes un instante, en mi hogar hay frescura, y quien lijó su interior, lo hizo con gran  maestría, parece mármol del más fino, o una ostra extendida, dejando matices de colores para que un hada vestida parezca, en tanto, yo ni me entero, pero sigo cambiando de casa cuando otra más grande me espera.

El cristal no es lo que parece, si se quiebra te puedes herir, pero si lo dejas quieto en su lugar, será como tu alma, límpida y pura, más si la ensucias perderá su brillo y el filo escondido será navaja en tus dedos, como daga mortífera, no es una casita, ni lo que hay en su interior es un ángel, es tan solo otra vida esperando su viaje, y sus hilos de plata son su protección.

Nada es feo, la belleza es sólo la manera que tenemos de ver las cosas, pero si te detienes un poco, dentro de la roca encontrarás las más lindas joyas, si quieres pulir las de tu alma, sólo mira el interior de las cosas, porque lo externo se corrompe, y como el leño al fuego, lo único bello son las llamas danzando, y la brisa, cuando llega por sus leves cenizas.

El niño se alejó con una sonrisa, le contaría a mami todo lo que el ermitaño y su casita prestada le enseñaron, tenía que pedir permiso para salir, ésta vez la providencia estuvo de su lado, pero afuera siempre hay peligro, la próxima vez, le diría a sus padres que cuando no estuvieran trabajando lo trajeran de nuevo, para hablar otro rato con ermitaño, que tenía mucho para enseñar, y él, demasiado por aprender.

Raquel Rueda Bohórquez
Barraquilla, agosto 12/14




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