viernes, 16 de mayo de 2014

MUJER

MUJER L4R

16 de mayo de 2014 a la(s) 8:03
Escuchen: hay un grito que se queda entre las ollas viejas,
sabe de llanto la cocina, el asador de carnes secas,
la nevera, que a veces acompaña en los gemidos del día,
para tropezarnos con una alacena vacía en la noche.

¿Para qué gritas?, nadie oirá tu voz
porque el silencio es  responsable;
todos pasan ausentes ante tu dolor,
y ese ahogado rugido del mar parecido a ti
quiebra rocas a su paso,
¿serán las mujeres del mundo ,
que juntaron sus lágrimas, para ser escuchadas?

Una esquina guarda un pecho sin miel
blancos lirios parecieran retoñar
más sólo miseria, garras secas…,
no producen los pechos de la  madre, blanca miel;
como una amapola herida la veo ir y venir…

¿Por qué  siempre esa mirada?
Ha de ser que la niña duerme,
ha silenciado, ya sin hambre,
el vértigo níveo se la robó de sus propios  ojos
cualquier día, donde todos pasamos sin ver
escuchamos con los oídos tapados
y el alma muerta.

Oye linda, ¿cuál es la razón para que vivas tan herida?
pero no habló,  se quedó callada como una silla,
abrió  inmensos ojos, su boca como un túnel en el cielo
abierta, gritando a un dios lejano, que parecía perdido,
los demonios se vistieron  de rojo, sus manos fueron de acero;
sus bocas espadas, cardos espinosos,
que descargaron con ira sobre las rosas pálidas y asustadas
como palomas ante las garras de un león,
toda esa frustración y miseria de sus propias vidas
como cloacas sin valor en cualquier muladar.

 ¡Corre niña!, ¡que no te alcance!…
-gritó la voz del ausente invisible.

¡Huye de éste mundo!,
sabrás que hay un jardín esperando por ti
todo está lleno de violetas, de miles de bocas heridas
de gritos que se quedaron en los rincones
pero ya no hay tristes labios,
todos se fueron con sus alaridos  al cielo,
porque aquí,
¡no fueron escuchados!

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, mayo 16/14

Llega el ocaso y ella, en medio de su blanca inmensidad de nieve, grita una vez más, pero la brisa pasa, como recogiendo su dolor  para llevarlo al invisible cantor  que está pendiente, de cada gota de rocío que llega al mar.
Llega el ocaso y ella, en medio de su blanca inmensidad de nieve, grita una vez más, pero la brisa pasa, como recogiendo su dolor para llevarlo al invisible cantor que está pendiente, de cada gota de rocío que llega al mar.
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