EL INGENIERO 6
Se levantó más temprano que de costumbre...acomodó las tejas que parecían gorriones heridos, y colocó algunas rocas, pues se acercaba el invierno y debía proteger a su familia.
Grises nubes con rostro demoníaco empezaban a surgir de entre las montañas, y corrían todos a buscar una oración, a guardar las gallinas y el cerdo, que se antojó estar debajo de la cama.
El aullido de un perro llenaba el ambiente como su mirada… él lo sabía, habló con el gato y se hicieron amigos, buscaron un rincón para guarecerse, pero el ingeniero salió presuroso, y los llevó dentro de su alcoba, los aseguró cerca de una cama, donde el lecho eran sacos viejos, sobros de otros, que para ellos eran tesoros.
Está reforzado todo… ¿cerraste mujer puertas y ventanas?...hay que colocar bolsas plásticas, asegurar con pedazos de tronco, y guardar algo para mañana… ¿habrá un mañana padre?... preguntó uno de los niños más pequeños… ¡tengo miedo!... pero el ingeniero sabía que quien se resguarda bajo la roca, nada ha de temer, y con dulzura pasó su mano sobre su amarillento cabello. Ya…shhhhh… no pasará nada, ya verás que sólo será una brisa fuerte, nada vendrá ni hoy, ni mañana…
¿Alistaron el ramo bendito?...
¡Tengan listo el salmo 91 que él nos salvará!...
Ahí estuvieron todos… sólo pasaría la montaña y el deslave… pero ellos seguirían ahí como una sombra… como seres sin alma… /esto escuché alguna vez a unos ricos… cuando se refirieron a los campesinos, y nunca lo he olvidado…
Los sin alma… no estaban… tuvieron que correr y fueron salvados de la turbulencia, del mundo de rocas y montañas, que anunció con un fuerte ronquido que bajaba presurosa y nada ni nadie la detendría…
El ingeniero estuvo siempre ahí… nunca abandonó a sus amigos y hermanos… estuvo cerca de sus hijos, de su familia… pasaron todas las hambres y angustias juntos, y ahora, caminaban descalzos por ahí… por cualquier esquina, en donde armarían nuevamente una mansión con trocitos de esperanza, y enormes árboles que bajaban de las montañas, cubriendo el espacio que antes fue su casa…
Padre… me dijiste que habría un mañana… ¡y mira!… ¡ya no está la montaña!… todos los árboles se fueron…
Pero el ingeniero lo tomó de la mano, y en silencio inició la travesía… no quería que sus hijos se enteraran, de que sus vecinos ya no estaban, sólo quería correr de ahí, hacia un lugar más seguro para sus muchachos, estaría en una mansión nueva, estaba seguro de ello, aunque sus ojos ya no lloraban, una mueca extraña dibujaba su boca, y sus manos se crispaban… sus dedos se herían entre sí como si fueran enemigos…
Llegará ese día… estoy seguro… ¡un día donde dejaremos de correr!…
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, marzo 27/14
Grises nubes con rostro demoníaco empezaban a surgir de entre las montañas, y corrían todos a buscar una oración, a guardar las gallinas y el cerdo, que se antojó estar debajo de la cama.
El aullido de un perro llenaba el ambiente como su mirada… él lo sabía, habló con el gato y se hicieron amigos, buscaron un rincón para guarecerse, pero el ingeniero salió presuroso, y los llevó dentro de su alcoba, los aseguró cerca de una cama, donde el lecho eran sacos viejos, sobros de otros, que para ellos eran tesoros.
Está reforzado todo… ¿cerraste mujer puertas y ventanas?...hay que colocar bolsas plásticas, asegurar con pedazos de tronco, y guardar algo para mañana… ¿habrá un mañana padre?... preguntó uno de los niños más pequeños… ¡tengo miedo!... pero el ingeniero sabía que quien se resguarda bajo la roca, nada ha de temer, y con dulzura pasó su mano sobre su amarillento cabello. Ya…shhhhh… no pasará nada, ya verás que sólo será una brisa fuerte, nada vendrá ni hoy, ni mañana…
¿Alistaron el ramo bendito?...
¡Tengan listo el salmo 91 que él nos salvará!...
Ahí estuvieron todos… sólo pasaría la montaña y el deslave… pero ellos seguirían ahí como una sombra… como seres sin alma… /esto escuché alguna vez a unos ricos… cuando se refirieron a los campesinos, y nunca lo he olvidado…
Los sin alma… no estaban… tuvieron que correr y fueron salvados de la turbulencia, del mundo de rocas y montañas, que anunció con un fuerte ronquido que bajaba presurosa y nada ni nadie la detendría…
El ingeniero estuvo siempre ahí… nunca abandonó a sus amigos y hermanos… estuvo cerca de sus hijos, de su familia… pasaron todas las hambres y angustias juntos, y ahora, caminaban descalzos por ahí… por cualquier esquina, en donde armarían nuevamente una mansión con trocitos de esperanza, y enormes árboles que bajaban de las montañas, cubriendo el espacio que antes fue su casa…
Padre… me dijiste que habría un mañana… ¡y mira!… ¡ya no está la montaña!… todos los árboles se fueron…
Pero el ingeniero lo tomó de la mano, y en silencio inició la travesía… no quería que sus hijos se enteraran, de que sus vecinos ya no estaban, sólo quería correr de ahí, hacia un lugar más seguro para sus muchachos, estaría en una mansión nueva, estaba seguro de ello, aunque sus ojos ya no lloraban, una mueca extraña dibujaba su boca, y sus manos se crispaban… sus dedos se herían entre sí como si fueran enemigos…
Llegará ese día… estoy seguro… ¡un día donde dejaremos de correr!…
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, marzo 27/14
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