sábado, 4 de mayo de 2013

EL ALBA (167)

Mi sobrino Miguel Àngel


EL ALBA (167)


Tengo hinchados los ojos de llorar

pero me atengo a la luz de un nuevo día,

al susurro del viento por mi ventana que trae olores a lluvia,
y cuando ella pasa, todo se limpia, 
todo se olvida.

Tengo manos nuevas, 
mis lindas y pequeñas manos.
Cuántos ni siquiera las tienen para una caricia,
y las utilizan para matar, para lastimar…

Tengo la fe de cada día en mi Sembrador de sueños.
Es una semilla que me regala con su bondad,
una palabra que hace crecer el huerto, permitiendo a un girasol,
dejando a una pequeña flor ser, en su intento.

Tengo tanto para dar, que lo había olvidado.
Mis pies caminantes aunque siempre estén cansados…
Cuántos con ellos levitan por senderos escabrosos,
cuántos, sobre sus sillas rodantes hacen más que muchos,
sus cosechas brillan en sus ojos 
y cantan en sus labios.

Hoy me siento bendecida por mi Jefe, 
aunque una roca,un suspiro de no sé donde, me torne triste;
pero al ver a mi espejo interior, digo que no soy mala,
no me permito dañar, ni herir, ni clavar una daga.

Hoy me conmovieron las pequeñas niñas en mi estante,
diminutas y felices con un pequeño grano de azúcar,
y pensé que debería ayudarlas con un terrón más grande,
debía dejar por ahí para el sustento, 
 para que sus vidas fueran.

No me permito aniquilar nada, porque son vida, ¡es tan mínima!
Pero ¿quién dice que la vida es grande o pequeña?
Mis niñas hormigas corretearon felices, y de a poco,
como mis pequeños sueños, 
el dulzor desapareció con ellas.

Hoy siento que mi Jefe me tiene en la mira, ¡tantas heridas!
El dolor se quedó para siempre, 
pero en un instante la música,
en un segundo los ojos de mis niños cantores en el árbol,
en este instante mis cachorros correteando, lamiéndome los pies
y mendigando de mí una caricia.

Creo que no he comprendido la misión que tengo.
Doblo el cuello como los girasoles al ocaso
y dejo de ser yo, para permitirle a Él que sea su voluntad.

Dejo a la lluvia de mis ojos bañar el rostro,
limpio mi corazón de toda hipocresía y falsedad,
permito que aniden las palomas en el resquicio de la ventana;
sus perlas reventaron a la vida, 
y ahora susurran cánticos de amor.

Una melodía mueve mi corazón, dice, ¡te amo!
A pesar de todo, éste sentimiento está intacto
es un diamante en el corazón de la roca.

El Sembrador toma mis manos y desviste mi alma.
Me dejo llevar suavemente por su corriente tibia,
colocando mi cabeza sobre su hombro de luz que me toma,
si un consuelo de aromas a rosas olvidadas
buscan en el viento el amor, estando aquí.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, mayo 4/13

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