TECHITO
ROJO [52]
A
la casa de techo rojo todos llegaban,
larga
cola para visitar a la anciana;
la
carcajada de los chicos del colegio,
y
allí en medio de todo, la cortesana.
Monedas
de pequeña monta recibía.
¿Importaba
el orín en su cama?,
uno
a uno atendía con humilde servilismo
¿acaso
no era ella también una dama?
La
vieja no sabía si reír o llorar,
un
perfume olvidado usaba,
un
gancho viejo, una colcha remendada;
sus
harapos colgados de un trozo de madera
su
vida, ¿a quién importaba?
Una
vez saciado el apetito
los
chicos agarran de nuevo el maletín,
primero
tú Fermín, segundo tú Pablo,
dale
lo que quieras o no le des nada,
para
eso tenemos buenas piernas
nunca
nos alcanzará la vieja cortesana.
El
techo rojo ya no existe,
otras
juveniles fueron admitidas,
ya
no se cobra una moneda,
el
servicio de una meretriz tiene precio.
Más
vale puta sin hambre,
que
ser mujer honrada
moribunda
y olvidada.
/decía
la vieja a los chicos.
De
a poco la recuerdan los hombres de hoy,
que
cuando niños, escondidos en el solar esperaban
a
esa vieja de piel arrugada, que les daba un contento,
y
ellos, una pequeña moneda entregaban,
sin
percatarse que la vieja, sólo tenía hambre,
que
pudieron saciar con un pedazo de pan sobre su boca,
pero
ninguno se dio por enterado.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
febrero 13/13
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