sábado, 13 de agosto de 2011

EN EL OJO DEL HURACÁN (29)

EN EL OJO DEL HURACÁN...


EN EL OJO DEL HURACÁN (29)

Mientras las huracanadas brisas soplan sobre nuestros hogares, nos preguntamos: ¿qué pasará?, son inciertos los momentos, los segundos se acaban y la congoja nos oprime. El corazón palpita un poco más aprisa, no sabemos hacia dónde correr.

Gimen los árboles y sólo miramos alrededor cómo se mecen y suspiran fuertemente, se agita nuestro pecho y la angustia pareciera retornar, más llegan las oraciones y las veladoras se encienden, no tengo la mía aquí, aún me pregunto: ¿qué pasará?

Los techos de cartón se empapan, envían una melodía suave y como hojas al viento giran, y las miradas sin horizonte van aprisa, no hay un encino que levante nuestras pieles, las montañas han desaparecido, los niños no alcanzaron a tomar agua de panela caliente, muchos sin nada en el vientre gimen y asustados, se levantan con el poco aliento que les queda.

Los ancianos creen que se agotó su tiempo, y aún así recogen los harapos viejos, las ollas negras y la foto amada de su hijo militar que ya no está, y piden a María que llegue hasta su estancia y que aplaque el furor del mar.

Ya no hay tiempo, debemos correr por salvar el tesoro más valioso, debemos olvidar papeles inventados, cosas colgadas, muebles que estorban y oficios sin fin de las amas de casa, que no reciben un salario, ni tan solo la paga de un beso al amanecer...

No hay segundos para contar y el reloj sigue su paso angustiado, pareciera un corazón atrapado que sólo girara, cuando alguna mano suave decidiera mover los hilos de su vida y permitirle vivir segundos más.

Llegó el huracán devastador y acabó con mis cosas, aterrada suspiro y levanto mis ojos al cielo, más aún en este instante ni en Él tengo tiempo de pensar, abriré la jaula a mi prisionera lora y si alcanzo invitaré a mis perros a que me sigan, si los arroyos no se los llevan y los guardan dentro de su corazón.

Mis muchachos corren aprisa, sus ojos están muy asustados, cual águilas fuertes y veloces levantan  vuelo y se ponen a salvo junto a su padre que aún tiene los alientos que yo no tengo, y el miedo desdibujó sonrisas maliciosas y olvidó su preciado tesoro, quedó bajo el colchón a resguardo del agua y de la brisa.

Aquí estoy mi Dios,  aún de todos los huracanes que he vivido me has salvado; aquí estoy sobre la roca fuerte donde estamos todos, ni uno solo falleció, sólo aquéllos a quienes el destino obligó, mientras me alimento de la brisa calma y del olor a pino, y mis ojos se extasían de nuevo con las grises nubes que viajaron, y la brisa violenta y perturbadora  que dio un giro extraño e imprevisto, más a mí, ¡ni  me tocó!

Raquel Rueda Bohórquez 
Barranquilla, agosto 12/11

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