En tu mirar, el sol se me hace pequeño.
EN TU MIRAR/A Gian (25)
Azota cierto frío en mi ventana; un ente acusador conversa
luego con el árbol inexistente de la casa que sigue a la vecina de la esquina,
un ¡jajajaja! de mi hija Carolina se escucha, al querer colocar títulos a un
poema.
El perro ha levantado la pata y ha meado el árbol de la
vieja chismosa mata gatos, y una sonrisa nueva veo en mi rostro; parezco una
bruja con mi escoba barriendo a trazos, luego mis pastas he devorado, porque
alguien gritaba en mi estómago.
Una vez aquí, todo se llena de luz, de fantasía; veo a tus
ojos negros y el cielo se llena de estrellas...
Alguien se pregunta: ¿Será que tiene amante?, tal vez sea
ese poeta que camina hojas secas y escribe tristezas y alegrías en ellas, ¡ha
de ser, está sospechosa!, y mi pregunta: ¿a quién importa un veranillo, si el
sol nos besa por completo?, pero nadie comprendió nada, todos entran y salen,
revisan e imaginan, luego no sé qué responder a tanta inquietud, regreso al
castillo en su pared, reviso si las flores se han crecido y si el árbol todavía
es de papel.
Te veo ahí, un poco de temblor y soledad, un tanto de frío
ardiente; sucede en esos días de fiebres raras que nos topan al descuido,
entonces llego a mi ventana y te envío mis suspiros, esos te quiero que grito
en mi silencio, pero sólo una estrella escucha.
Iniciamos a caminar versos de amor, nos versamos la vida con
intensidad, saben a rico en medio de ésta soledad tan grave, pero que nos
bendice siempre, porque me acompaño del cielo habitante de tus ojos, y me verso
una y otra vez en ti y en tus labios que parecen rubíes por la fiebre y flores
desnudas que bailan al son del viento.
Todo fue culpa de tus ojos que siempre iluminan mi
oscuridad. En cada noche ronroneas a mi corazón dulces letras y me araño
pensando que estoy contigo; luego maúllo mis hambres de ti y corro en mis
sueños hasta alcanzarte, hasta hallarme en medio de ese inmenso mar y me ajusto
a tu pecho para ver alzar vuelo a las gaviotas y sentirme querida, levantada,
animada por otro día contigo, bendiciendo cada vez la dulzura de un amor que
nos halló lejos, muy lejos de la estación del tren, pero que nos junta cada
tanto entre las sombras de la noche y la corriente altanera de las brisas que
respiramos, que saben a sal del mismo mar y a luz del mismo sol.
Raquel Rueda Bohórquez
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