martes, 12 de abril de 2016

EMBRIAGADA EN TI/A Charles Baudelaire (46)

¡Es hora de embriagarse!
Para no ser esclavos martirizados del tiempo,
embriágate ¡embriágate sin cesar!
De vino, de poesía, o de virtud,
de lo que te plazca.
Charles Baudelaire


EMBRIAGADA EN TI/A Charles Baudelaire (46)

Me llenaré de ti para vivir borracha,
Olvidar del ayer tanto desaire y olvido.

Y pasó el tiempo sin remedio;
El reloj se estacionó en la pared
Pero nada lo hará correr
Más que el comején de los segundos.

Vivir el instante y proclamar un beso,
Nada mejor que el amor para éste embeleco,
Nada más puro y cercano al cielo
Que pensarte en mí un día temprano
Donde todavía esté la flor húmeda
Al verso del invierno.

Con intensidad lo ha dicho:
Me embriago en el refrán mañanero del mirlo,
En el poema de la tarde
Y en los escritos que habitan las estrellas.

Será un dormir sin darme cuenta
Con las campanadas de tu corazón sobre mí
Viéndote miles de veces y amándote otras tantas,
En cada poema que por ti escribí.

Raquel Rueda Bohórquez
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REÍR POR TODO/A Verónica Cepeda (47)

REÍR POR TODO/A Verónica Cepeda (47)

Sonríe niña a la vida,
Por esa oscuridad que te cubre de besos
Y luego te llena de nostalgias.

Mira que es densa la bruma,
Pero mañana será blanca la mortaja
Que con dolor nos cubra,
Así como al café su pergamino
Y a la tierra el beso de la luna.

¡Corre!, apresura el paso.
Pinta de carmín tus labios,
Llena de pepitas rojas tus calzones,
Que tus blancas nalgas
Deletreen su nombre;
Luego ríe, ríe mucho
Por cada travesura
Que en medio de un segundo
Nos hizo abrir los ojos con asombro.

Llega la tarde,
¿Tan pronto sucedió el mediodía?

Te vi desnuda:
Parecías el primer lirio en primavera
No sabía si eras más perfume que hermosura,
Luego, sin un beso siquiera,
Se fue la aurora,
Se cubrió de nieve la negra cabellera.

Fuimos montaña y a la vez rivera,
¡Nos parecíamos tanto!,
Que a veces te confundía conmigo…

Y pasó todo ruido,
Se juntó la nevisca con las esperanzas,
Se llovió sobre los árboles más plenos
Y las rosas más inmensas, más púrpura,
Fueron blancas.

No conocí el color detrás de la montaña
Ni el azul forjando verdes
Donde moran las garzas,
Ni el ardiente sol rojizo
Que besa con furor a los flamencos
En esos ríos donde la sal de la vida
Nos descansa.

Pero seguimos riendo,
Nadie llora hoy,
Ni lo hará mañana.

El canto de la cigarra
Ha matado el sueño de la tarde.

Ahora festeja su día,
Pues la profundidad de la tierra
La tenía cansada
Y la libertad,
La halló sin vida.

Raquel Rueda Bohórquez
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PUERTA AFUERA (48)



PUERTA AFUERA (48)

El perro vagabundo que montaba a los muchachos, que luego corrían en medio de carcajadas, murió esta mañana. Escuché el festejo de una dama: ¡qué bueno que murió ese perro desgraciado!, le dejó la cabeza reventada contra el pavimento y ni aullar pudo, ¡qué descanso!...

Fueron sus palabras esa puñalada trapera que hería mi tarde, en medio de la búsqueda de un pan para mis cachorros, le aseguré que era manso el perrito dorado, que jugaba con los niños de la cuadra, pero estaba segura que al montar a su hijo /mala costumbre de no haber trepado alguna perra/, su intención era devorarlo, igual pagué los pesos del pan y salí rumbo a casa.

Un sabor amargo, el gato velón en otro andén con sus ojos que parecían saltar por esa montaña de las falsas 7 vidas que algún desocupado le inventó, no quiso frenar el taxista, quise guardarlo con respeto en una bolsa, pero alguien me incriminó: ¡no  sea pendeja, acaso es su gato!, ¡que  lo recoja la dueña!. En medio de todo me dejé, no tuve la decisión que nos permite pasar sobre las imposiciones ajenas y ahí quedó, con sus patitas levantadas, pidiendo perdón al cielo por éste infierno que le tocó.

Puerta afuera vemos muchas cosas que nos dejan mudos, pero también alcancé a tocar las flores del camino, adiviné a un pájaro haciendo el amor en el aire,  a un águila festejando entre sus garras a una paloma, que se movía tratando de huir de ese mal espejo que tenía espadas en sus dedos, pero que al fin y al cabo, había matado el hambre de muchos días, de puerta en puerta, de ventana en ventana, de cuerda en cuerda, y ahora la elevaba al cielo, sin ese dolor de la agonía.

Bajé el rostro y apresuré el paso, un joven se fumaba la vida en un rincón y su mirada perdida me dieron ganas de ajustársela con un par de fuetazos, en esto recuerdo que fue la correa la que educó ayer,  con ciertos desatinos que hicieron florecer ciertas carreras profesionales, pero que jamás acertarán en formar gente para el mañana como sucedió con esos hombres curtidos y esas hermosas damas que sabían bordar y tejer, leer y pintar labios en un solo varón, más recordé que también hubo cadenas, entonces las reventé y me interné en casa, al menos aquí estaba presa en medio de mi propia libertad, una libertad que me inventé en el rincón de los deseos más oscuros, y los engaños más fervorosos.

Raquel Rueda Bohórquez

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EL DÍA (49)

EL DÍA (49)

Si conociéramos el día de nuestra muerte, continuaríamos igual que con esta incertidumbre de no saberlo.

Nada cambia, si cada uno no se da cuenta que la vida es una extensión de nube que pasa y pasa, sobre una alfombra de hojas secas.

Si actuáramos el bien, no tendríamos necesidad de pensar en el mal. Pero la realidad nos estrella de frente, pues somos esos pájaros desnudos que necesitan de un traje para adornar su figura, que volvemos hermosa por vanidad.

Parecemos lombrices de colores sobre la tierra, seres débiles, sin garras ni dientes de león, pero a pesar de todo, podemos hasta devorarnos entre nosotros sin compasión.

¡Ay de mí que nada estudié!, aprendí a leer dándole la vuelta a los ojos de mi madre, luego correr y correr, lavar tripas donde apesta a muerte la vida, y seguir corriendo, huir de esos ojos que desnudaban mis pequeños pezones, y luego querían hurgar mis sueños cortos, con pesadillas inmensas.

Si conociera el día de mi muerte, ¿qué persona sería?, sé que ahora estoy viva, aquí en éste palacio donde se maltrata y se hiere, estoy donde la vida no vale ni siquiera una lágrima, y antes de nacer matamos al niño, con esas ganas de seguir follándole a la noche y al día, el deseo de la carne.

¿Cómo puedo matar a mi propia vida, si puedo concebir la idea de no crearla?, no tomé la pastilla, y el gusanito estaba animado, se coló por el túnel de los gemidos, y entre la sal revuelta y las ganas de seguir peleando la carne, decidí hundir en su pecho la espada de mis desaires.

¿Qué sería de todos si conociéramos el segundo de nuestra muerte?, nada pasaría, estamos aquí sabiendo que moriremos un día, pero continuamos jadeando, peleando, odiando, siempre será así mientras el hombre exista, ¡y eso que hasta las aves se pelean!, pero por un trozo de pan o un espacio para cantar o anidar.

Ellas festejan el día del amor y el día de su muerte lo adivinan. Sé que algunas cantaron mucho más, escuché el canto del cisne cuando ella se fue para siempre, y se perdió en la inmensidad de un lago sin volverlo a ver, se fue a buscar a ese único amor que siempre la mantuvo con ganas de vivir.

Pasamos olvidando que en un segundo nada será, y que todas nuestras riquezas pasarán a manos de otros, quienes disfrutarán sin medida de tantas cosas que obviamos, por tacaños con nosotros mismos, y de tantas ayudas que nos negamos, por eso no somos felices, somos egoístas, olvidamos que lo que se nos da no es nuestro, fue la oportunidad que dejamos ir de ayudar a otros y ser felices haciéndolo.

Si tu vida termina en el paso siguiente, ¿qué pensarías después de todo?

¡Nada cabrón, porque ya estarás muerto!

Raquel Rueda Bohórquez
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COLORES (50)

COLORES (50)

El negro es el color favorito de Dios, siempre pensé que se vestía de azul, para que durante el día, su pensamiento fuera el aroma que nos mueva hacia la montaña oscura de todos los deseos y la mar respirara, siendo el pulmón de su túnica de seda.

¿Cómo adivinaríamos su sonrisa si no existiera la negritud de la noche?

Brillan sus dientes, parecen alegrías de negra paseando por mi esquina, se parece a María, a Candelaria, a la negrita de la cumbia que pandeaba su cintura con un tazón inmenso lleno de frutos y dulces, sin variar para nada esa sonrisa, pues la tristeza se había esfumado, ahora tenían alas de libertad con ellas, más que suficiente para cantarle a la vida una oportunidad y robarle al cielo un deseo.

Al negro de la esquina jamás lo veremos pálido, porque su gran sonrisa abarca el mundo, y a nadie importa lo bruno más profundo, donde las luciérnagas se aman, es ahí donde hizo estación mi boca y en ese mulato inmenso me cobijé, sin saber que se iría para siempre, quedando pálida una alfombra, en donde escribiría un te quiero a mi buena suerte, a esos días que paseé de su mano pareciendo un llavero y todos reían; su burla ni siquiera nos tocó, porque su grandeza ocupó mi corazón, cual pluma blanca bailando en su boca un tango y en mi lengua componiendo un verso.

Al moreno color que hizo estación en mis pechos, a ese árbol grande de sonrisa única; al potro que fabricó para mí el sueño más bonito, y a la boca más grande, que cabía plena dentro de la mía y movía todo manantial y fuente, hacia un cobijarse temblando entre sus fuertes brazos, sin agitarse el vendaval de otros, ni la crueldad de látigos hiriendo y lastimando.

Luego fue pensar que vendría la noche, que cada día vería su sonrisa en las estrellas. Después el sueño se fue, pero el recuerdo retorna cual golondrina al nido viejo, donde se estacionó alguna vez una oración y se quedó temblando una flor al caer del rocío, bailando entre sus brazos, girando, girando, cual reloj sin tiempo en medio del agitarse de su mar, y el tambor que sonaba cerca de mi oído, esas campanadas que jamás dejaron de agitarse, cual brisa fresca sobre los lirios.

Raquel Rueda Bohórquez
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EL FARO (51)

El faro siempre será un motivo de felicidad en casa,
no importa cuántos no se dejen abrazar. 
¡Se pierden de su ingenuidad!


EL FARO (51)

Cierto día lo vi… estoy cerca del río Magdalena, cortos paseos dábamos hasta que la blanca flor se venció, y frené. Un tanto me enojaban sus consejos, otros, escuchaba con un gran nudo en mi garganta como si fuese la gran barca en donde navegaban esos sueños que jamás alcanzó y que se parecían a los míos.

Un ave siempre ronda, una ardilla que cae y se queda herida en un rincón con las fauces de perros abiertas, y la providencia que de su mano llegó.

De nuevo expuse a mi Princesa, nos expusimos a esos locos que andan en ideales de metal, pero sostuvimos a unos cuantos heridos, ella con una oración que todo sanaba, y a pesar de los amargos del día, siempre la flor perfumaba en su propia estación.

Luego el contento al verlos corretear de nuevo, y la tristeza al verlos caer otra vez con esa rara sensación que nos queda, ¡le tocaba!, repetía ella, toda cuerda se ha de cortar por algún sitio, todo tiene un principio y un fin y estamos aquí para verlo, ¿no te parece grande esto? /sí madre, es grande y triste a la vez.

Así fuimos viendo el Faro, arriba, bien alto, guiando al navegante hacia su destino, y repetía con su rostro pálido tirando a nieve: "Mija, el Faro es la oportunidad que tiene la noche para lucirse y nosotras estamos aquí"/sí madre, repetía.

Siempre quedaba pensando, apretaba mis dedos, ¡German no va!, gritaba en el camino a mi hermano Down, porque con su necedad el paseo terminaba, pues en un descuido emprendía la huida y el Faro de sus ojos verdes se perdía.

Él siempre fue el Faro de su existencia, era mentira que estaba en el mar, era falso que en la cumbre, hasta su final ese pequeño Faro sostuvo su energía y sus ganas de vivir.

German, ese era el nombre de una pequeña lámpara que pasaba sus ojos por revistas de mujeres empelotas y se entretenía en sus bellezas, sabía que un algo le decía que él era un varón y acariciaba de arriba hacia abajo, se quedaba en sus pechos, pasaba sus dedos por esas sinuosas curvas que jamás tocaría, sino cuando abrazaba a mamá.

El Faro sabía unas cuantas palabras y las repetía con inmenso fervor: ¡mía, mía!, ¡tan lindas!, cama mía casao, y besaba y besaba esas rosas que endulzaban su vida y alegraba la nuestra con sus picardías de niño viejo.

Ella con un marcador vestía a sus muñecas, para que su Faro no sintiera eso que sienten todos los hombres, ella sabía de la pureza de su amor y no permitiría que nada lo dañara.

Al final, con esa voz de manantial que brotó siempre, nos hizo saber, que siempre cuidáramos de su Faro, era tal su angustia que vivió más de lo mandado, ella así lo decía, siempre esa palidez rondó su vida, y las aspirinas sobre su mesa, fueron la energía que le permitió ver a su pequeño envejecer.

El Faro, ¡mi amado Faro!... cuiden de él y yo cuidaré de todos.

No hay día en que no piense en ella, desde niña me hacía preguntas, tenía ese afán de quién se irá primero, y ahora la veo iluminar mi existencia, ahora que como ella, recito hacia adentro y a pesar de todo, brota de su manantial por las pequeñas laderas de mis pómulos.

En las noches siempre veo hacia el Magdalena, ahí está, iluminando siempre a ese pequeño barco que navega a la deriva, y sé que en verdad ella es otro Faro más grande, como una estrella guía en mi camino.

Raquel Rueda Bohórquez
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