martes, 19 de mayo de 2015

MISÍA ESCOPETA [18]

Martes, 19 de mayo de 2015

MISÍA ESCOPETA [18]

Tenía  bonito rostro, piel de porcelana y cabello abundante muy negro, recuerdo que también sus piernas venosas, parecidas a las de mi madre, hilos verdes y azules, montañas grandes arriba de la rodilla, y en medio de sus piernas.  

Muy joven, con varios hijos pequeños,  siempre la vi joven, años después no parecía envejecer,  esa sonrisa parecía sincera, su voz cálida denotaba que detrás de ella había algo que no la dejaba ser como deseaba, pero sus ojos no podían mentir, había una tristeza profunda, un foso oscuro indescifrable.

Aprendió a disparar letras y a vomitar rabias, cada vez que sentía que no podía más; entraba y salía del baño con los ojos húmedos y la boca roja, junto a un pecho que subía y bajaba con una presión de mil ríos turbulentos, que herían en verdad,  pero  sabía muy bien disimular, pero aprendió también a dejar la escopeta en un sitio aparte,  y sólo dispararía enojos cada vez que se le antojara, y eso sería: ¡nunca!

Un matrimonio regular, recuerdo que los fines de semana usaba gafas oscuras, y por aquello de “pueblo pequeño infierno grande”, nos enteramos que el borrachín de marido que tenía, le daba en la jeta cada vez que se le antojaba, y la doña no tuvo alientos para defenderse, pensaba en ese barrigón con un muchachito adentro, y en la fila de chuecos que venían en fila india y un algo indescifrable le pidió que aguantara, y aguantara, hasta que al fin el borrachín y pernicioso se enredó en la pollera de una jovencita y le trajo de regalo otro sute, para que ella atendiera.

Era  tan buena persona, que recogió una de las  hijas de una campesina que murió en trabajo de parto, se quedó con la  muchachita más bonita, le causó curiosidad esos ojos tan negros y grandes, y su boca rosadita.

Por razones que desconocemos, estuvo en su cocina colaborando en las muchas labores, era quien la atendía cuando estaba enferma, y acariciaba su rostro, en esas ocasiones en que la encontraba en un rincón oscuro, viendo a la luna, haciendo que remendaba trapos viejos.

Sus hijos se crecían, nadie colaboraba en forma sino la niña recogida, era la emperadora del hogar y quien mantenía todo limpio y ordenado, aparte sacaba tiempo para estudiar en las noches, pero no abandonaba jamás a esa señora que la acogió, sin importar el oficio que le tocara, aprendió a callar y obedecer, pero también  a querer a esa mujer que siempre le regalaba un abrazo, y una palabra de cariño, y la trataba, aunque no pareciera, como a la mejor de sus hijas.

Pasó el tiempo y el ruido cesó, doña Escopeta se dedicó a otros menesteres, y una de sus hijas ocupó su trabajo de oficina, ella no estaba  para ese oficio, y entonces su rostro viró hacia un asilo de ancianos, iba y venía de pueblo en pueblo recogiendo dinero para llevar a ese hogar, al que alguna vez pretendía que la llevaran, y en esto, decidió viajar, quería darse un “último paseo”, que era conocer ese trencito aéreo que estaba en Medellín, ¡estuvo tan feliz!, ¡al fin Dios mío!, ¡gracias por este maravilloso paseo!.

De regreso miraba los caminos, esas curvas que tiene el destino, esos atajos que la encontraron miles de días y noches, en brazos de un hombre que la castigaba, pero soportó por sus hijos, ¡qué vainas!, así eran las cosas en mi pueblo, de hombres machistas y abusivos, pero también de hombres buenos y juiciosos, y mujeres muy de hogar, tanto, que se sometían a vivir una miserable existencia, pues no había oportunidad de trabajo, y con un zurriado de muchachitos a tiro, ¡menos!, ¿qué sería de ellos?, al menos asegurar la comida para sus hijos era el motivo de su existencia, lo demás podía aguantar, cuero tieso al sol aguanta cascarazos, y en eso, el bus se ladeó, ¿qué pasa?, ¡ey!, pero todo fue tan rápido, que Doña Escopeta no tuvo tiempo ni de disparar un grito, las llantas delanteras arrastraron su cuerpo, y sus balas fueron luceros que se sienten vía a San Vicente, esa vez lo sentí  y expresé: ¿qué sería de doña Escopeta?, mi hermano frenó, y frente a nosotros estaba su tumba.

Una oración, un recuerdo, un continuar, y esto es la vida, curvas y avenidas, para morir de la manera más incierta, y en el instante en que menos estemos pensando en la muerte.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, mayo 19/15
Publicado por Raquel Rueda Bohórquez en 11:30



DOÑA GRACILIANA [19

DOÑA GRACILIANA [19]

Doña Graciliana se hizo de lado, tanta sabiduría a veces le entorpecía, "¡esos dotores son muy sabiondos!", /pensaba, en tanto un tabaco encendía y todo se lo fumaba.

¡Cojo, cojo, cojo!! ¡¡ucju ucju, ucju!, tosía de una manera que parecía que hablaba. El rincón del silencio, ese era su lugar preferido y criticaba para adentro: creen que porque hablan bonito saben mucho, ¡ni un carajos!, cuando sean padres dejarán de hablar de los errores de otros padres, ¡seré el mejor padre, mucho mejor que los míos!, ¡mmmm!, esperemos a ver a mañana cuando se crezcan esos críos vanidosos que no aprendieron a trabajar ni a luchar el pan del día, ¿y cuando falten sus padres qué harán?, y en esto doña Graciliana decidió remendar sus trapitos viejos, que a fuerza de puyar y puyar sus dedos, conocía de memoria el próximo hueco y sus deditos arrugados y callosos, aguantaban una espina más.

No quiso bordón, como una hoz caminaba, las faltas de calcio, los tantos hijos, todos en el extranjero, muy adineradas y suertudas fueron, pero habían olvidado que ella curtió su propio cuero al sol cuando salía a vender cosas, y a ganar unos centavos, para que ellos pudieran ser lo que ahora son.

¡Me han olvidado!, ni siquiera puedo participar en sus charlas, de pronto las cago con alguna de mis palabras y los hago pasar vergüenza, y entonces con los trapitos mojados, corrió en espiral hacia ese cuarto pequeño al fondo del patio.

Arriba del árbol un cantor, y enseguida su gato sobre sus piernas, ¿qué más quiero?, en éste rincón soy amada, /dijo para sí,  luego para sí repitió: ¡qué coman mierda!, cuando muera, no seré ni recordada, que me echen en una bolsa negra, o me cremen, igual, ¡no sentiré nada!
Unas pastillas sobre la mesa, pero no las tomaría, tendría que correr por agua y ni alientos tenía.

Se recostó un rato ahí en la misma silla, y viendo hacia la copa del árbol, se fue a volar con el sinsonte que todos los días le brindaba serenata.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, mayo 19/15








EL MERIÑO [20]

EL MERIÑO [20]

Y el pájaro entristecido
repite su viejo son
aprendido de lección,
de sus padres y abuelos.

A su bonita ve pasar,
¡ven amor, quiero volar!
no he cometido delito
pero  prisionero soy.

Y canta con más intensidad,
¡ven reina de mi corazón!
Desde tu gajo moreno
repara de mí este clamor.

Pero cansada de esperar
su dueña se alejó…
Había un bosque mejor
y otra avecilla cantó.

Al paso de los días
en oración él suplicó,
y ella con más razón,
con sus hijos regresó.

Canta y canta el meriño
desde su oscuro rincón,
esperando en misma trampa
hallar a su gran amor.

¡Saltan y saltan!
¡Vuelan y vuelan!…

Y en una cárcel quedaron
sus trinos y su pasión.

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, mayo 19/15

MOCHUELO [21]

Martes, 19 de mayo de 2015

MOCHUELO [21]

En medio de ésta soledad
hay un son que se repite,
¿gota de lluvia en verano
pico de maíz grano a grano.

Entre grises se diluye
y su trinar fluye
dando a mi bosque triste
alegrías sonoras.

A contemplar se atiene
en tembloroso pastizal,
en tanto viene y va
con mágica velocidad.

Su oración es un poema
que declama con bondad,
y en una jaula a su pesar
canta mi amor sus penas.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, mayo 19/15