DE
UNA HIJA [6]
Madrecita,
espero que al recibir ésta nota, te encuentres feliz...
Te
pido perdón en primera instancia, por mi olvido de tantos años,
pues
me privé de abrazarte miles de veces, de arrodillarme sobre tu regazo
para
repetir sin cansancio: te quiero vieja...
Ha
pasado el tiempo, y las cosas cada vez se ponen peor para mí,
pues
ahora que no estás, ¡cuánto te extraño!, eras además mi prestamista;
no
tenías que pedir permiso a nadie para darme un beso,
ni
tenías motivo para negar un abrazo
a pesar
de mi indiferencia.
¿Sabes
en qué me ocupo ahora?
En
lo mismo, en pasar el tiempo aprisa
y en
construir versos con el viento...
Espero
atrapes mi carta, inicia navidad sin ti...
Es
la segunda navidad donde no puedo verte,
y nuestro
muchacho no aparece con sus cantares,
con
esas alegrías que llenaban los ojos de consuelo.
Tenía
guardados los regalos...
Un
cofre lleno de perlas que se han congelado en el mar,
en
éste insondable mar de las tristezas, en donde estás,
pero
tengo la certeza de tu amor, y ello me consuela...
Las
aves adornaron un nido, sus pichones se parecen a mí,
tan
frágiles y llorones ven a su emplumada madre;
pero
sé que estás aquí ahora, leyendo mi carta,
que
tus manos están sobre mi hombro, y me hablas:
"No
llores, no sufras... todo pasará, como la vida,
así
los intensos aguaceros, y las malas brisas...
Pronto
vendrás como un águila y me harás compañía,
verás
lo azul del cielo, y lo brillante del sol...”
Y
al sentir los rosales de tus labios
el
aroma me hizo abrazar una esperanza;
madre
mía, guarda las guirnaldas de mi pecho.
Regálame
una estrella para consolarme,
y
en la noche, al asomo de la luna de navidad,
sabré
que ese brillo es una sonrisa tuya,
que
parpadea junto a mis lágrimas.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
noviembre 29/13