ENTRE PLUMAS Y AROMAS/a Mónica Lorenne [115]
Cualquier
día me entretenía viendo entre las ramas;
tenía
tantas cosas atoradas en mi pecho,
quise
pintar una golondrina con palabras,
el
tornasol mágico de sus azules entristeció la mirada
ya
que al tomarla del piso, una herida,
por
el motivo único de ser hermosa,
ir
en una bandada hacia el sitio del aroma,
por
desear acompañar a ese inmenso grupo
hacia
el mismo bordado de siempre,
oculto
en algún rincón, en alguna morada gris
a
donde las perlas vivas de su vientre
resucitarían
a otra primavera.
Una
amiga, Mónica Lorenne, tan pálida como yo…
Entristecida
con todos los lunares y pasajes de su propia historia,
perdida
en el horizonte insondable de sus penas, me habló al oído
con
esa luz mágica de sus presencias y despedidas:
“Debes
hacerlo, tienes que hacerlo, esa es tu misión en la vida,
debes
poner voz a los mirlos, hablar por ellos,
decir
al mundo que está errado, equivocado en su andar,
mientras
los cara verdad flota con la brisa,
navegan
en los mares, surca el cielo azul con sus alas abiertas,
corretea
por unas praderas de cemento que ya no les pertenecen,
suben
cuestas que han sido derribadas por el hombre”.
Comprendí
al fin que tenía una misión,
que
me estaba robando la belleza de sus trinos,
tenía
muchas jaulas
para
hurtar lo mágico de sus libertades
para
que se parecieran un poco a mi cárcel,
y
vivir con ellas.
Observaba
cada roca del camino,
coleccionaba
pequeñas caracolas,
escuchaba
los sonidos de sus almas
escondidos
en los rincones de sus casitas.
Me
pregunté muchas veces:
¿Cómo
se formaría el interior de una caracola?
¡Qué
estuches tan divinos!,
perlados
fuertes
seguros…
Vi
el rostro de un toro en el ruedo,
advertí
sus angustias y lágrimas,
tallé
cada una de sus heridas sangrantes y las vi,
como
a Jesús crucificado...
Entonces
mi propósito se hizo claro
al
divisar sobre una rama seca un colibrí,
tomaba
aliento en una plástica flor puesta por el hombre,
engañado
se ilusionó,
y
se enamoró de ella cada día…
¡Dios
mío!, lo dije con asombro,
no
puedo creer lo que hacemos.
¡Perdóname!,
dale
voz a mis labios y sentido a mis palabras.
Que
ofrezca un poco de esperanza para mis niños cantores,
que
no se apaguen sus voces
ni
volvamos desierto las praderas…
Sentí
pena por toda la sangre derramada,
y
al voltear el rostro de nuevo,
la
sangre se convirtió en rojas amapolas,
el
odio y ambición continúa de venenos llena.
Pero
nadie quiere ver ni oír,
en
tanto un rayo, una flecha de cupido se enreda,
lanza
destellos de colores y los truenos se abrazan
para
que sintamos temor de todos los aromas,
de
todos los ojos que se han blanqueado,
de
todas las hondas y flechas disparadas…
Pedí
perdón con una semilla en mis manos,
con
un azadón sobre el hombro
y
un cántaro de miel bordeando mis labios,
viendo
asomar flores nuevas y colibríes danzantes
y
a pesar de tanto dolor
¡retornó
la lluvia!,
y
se llenó de nardos el campo…
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
octubre 4/13