jueves, 28 de marzo de 2013

ERES TODO [6]

ERES TODO [6]

En la mañana, al despertar del sol, 
las nutridas madreselvas,
cambiantes tornan las primaveras,
perfumes suben y bajan de los cerros.

Eres mi todo y me conmueves,
el azul, el verde, el blanco;
los colores de mi vida
son un iris que se enciende,
si las cascadas de tus ojos
bañan de madrigales mi existencia.

Te veo en cada hoja caída
en cada brote nuevo,
en el cantar de una cigarra,
en el aleteo leve de una mariposa.

Mi dulce panal de miel
mis ojos de todos los colores
que vas, vienes y te elevas
hasta la cumbre divina de la montaña.

Eres amado mío mi propia vida,
me tomas, me desnudas, me dejas sin aliento.
Hincada estoy  ante tu amor puro, tan de cascada,
de brisa sobre las palmeras solitarias,
de huracán sobre las rocas tristes.
Ola que sube y baja
para calmar la sed de los arenales,
y calmar la sed de los amantes.

Divino amor: ¿qué más anhelo, si estás conmigo?
Escucho el susurro de los grandes árboles,
sin miedo me besas, me conmueves,
me haces ver cada día sin sombras oscuras,
las desvaneces para que mi camino sea llano
y pueda volar al fin hasta la cumbre,
hacia el divino oasis de tu omnipresente espacio.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, marzo 28/13 



SIEMPRE AMOR [7]

SIEMPRE AMOR [7]

¡Qué dulce amante!
Ardiente fue la noche
más que las dunas,
más que el arenal en verano
y la luz de un candelabro
creyéndose luna.

Desnuda, piel a piel,
¿Hay otra delicia mayor?
¿Existe otro beso igual?
¿Otras miradas como las mías,
que te deseen y anhelen?

Otro cuerpo no existe,
ni otras manos;
ni otro que no seas tú.

¡Oh amor!, ¿cómo olvidarte?
¿Quién me dirá que estás?
¿Cómo adivino el parpadeo
de la lluvia mojando tu piel
y yo, mojada en ti?

Pero retorna el deseo,
tu recuerdo pernocta en mi corazón
semeja tañer de lluvia sobre una roca
envejecida por el tiempo.

La lejanía de tu amor,
ante el mío no cambia
ni aunque el huracán,
ni la barca que se hunde aprisa
dejando el recuerdo de su espuma
ocultándose sin prisas
en las hendiduras de las rocas.

Mi amor,
¡qué castigo divino amarte!,
qué sombra oscura perderte
y saber que permaneces
en esa estrella azul en el cielo
copiando tus promesas,
para que al fin,
marcharas sin cumplirlas.

Pensar en ti,
recordar nuestra música amada
entre gemidos ocultos ante las olas,
las imaginarias bailarinas,
la cascada que besaba mis plantas,
y mis ocelos eran una laguna cristalina
que moría dentro de los tuyos.

Nadie como yo, te amará,
te sentirá jamás como mi piel
ni te verá con mi alma,
ni antes ni después de todo;

pues todo fue verte y saber que estabas.

El dolor se quedó en el ayer
para  retornar en mis noches.


Retorna la oscuridad, te pienso de nuevo,
al cerrar los ojos te presiento aquí
dormido para siempre a mi lado.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, marzo 28/13