¿a qué, mis pechos resecos?,
¿a qué, mi áspera lengua?
Me atengo al diluvio que viene
montado en caballo brioso,
nubes de rojo vuelo
danzantes van y vienen.
A la lluvia tempranera
besando cúspides muertas,
sepulcros que ya no existen
porque el vendaval los ha mudado.
¿A qué me atengo mañana?,
no sé, tengo mis alas abiertas
tengo cansadas las ganas
y mis greñas muy revueltas.
Me atengo a ese enmudecer
al sonar de las campanas,
caballos de guerra trotan
los gritos se escuchan de lejos.
Esconderé mis calzones
por ahí donde encuentre un espacio,
parece que nada es mío
y partiré aún descalza.
¡Ah!… pero me atengo a tu mirada
a esos ojos negros divinos,
a tus labios en reposo
apretados a los míos.
Y a esa caricia que llega
como tropel de corceles,
a una yegua que se ensilla
para correr cuesta abajo,
y a un espacio para llorar.
¡a eso me atengo!
cuando ya no pueda verte
ni regalarte un abrazo.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, enero 4/12
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