domingo, 5 de febrero de 2012

UN PEQUEÑO PASEO


Acabo de llegar, mucho calor, rabia porque tumbaron un árbol que sembré hace 3 años, impotencia por no poder cambiar nada en el mundo, la misma tristeza que llevé sólo un poco más inconforme...

De regreso como siempre observar el atardecer, no puedo evitarlo, es una costumbre y allí estaba, ese cielo tan rojo y tan inmenso, pareciera partido en dos partes pues una nube gris pasaba por el centro, a los lados... muy brillantes parecían diamantes de todos los colores, hoy encontré violetas, rojos encendidos, naranjas, amarillos en varios tonos y todos los azules que te puedas imaginar, sentí que al menos valió la pena, mirar hacia ese ocaso como un regalo diferente cada día y simplemente cerré los ojos...

Aquí estoy... he despertado nuevamente y ahora es un sueño nuevo; encontrar aquí muchas personas a quienes amo y que han sabido apreciar amaneceres y vislumbrar la vida de otra manera con versos que enriquecen el alma y regalar cada día una palabra de aliento a quien la necesite.

Todos los abrazos que alguien entrega, se convierten en perlas tibias que bajan en silencio con un nuevo brillo y como siempre se descansan y desaparecen sobre una tímida falda aún sin levantar de doña Clotilde...

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, febrero 5/12

MI BONGA

MI BONGA

Era una pequeña bonga que encontré por ahí…
Como queriendo robar al tiempo algo
Apresurada la tomé con tanto amor;
Quise una oportunidad para ella…
Cuando diviso ese espacio a veces tan hostil, tan rocoso…
Pero  ella agradecida a pesar del terreno reseco
Poco a poco levantó su rostro y su tronco pequeño y mínimo
Con una fuerza implacable la de querer vivir y abrigar
Se levantó…  su tallo verdoso y sus vetas grises me inspiraban un abrazo
Me sentía feliz cuando llegaba y la observaba cada vez más alta y fuerte…
Envejeceríamos  y en sus ramas anidarían todas las aves por venir.

Estaba segura de que ella tendría todos los años, muchos años más
Que en mi vejez si acaso llegaba a ella, aunque ya estaba cruzando mi esquina,  la abrazaría como solía hacerlo,
Le hablaba con cariño y con suavidad sin que nadie me escuchara… “vas a ser un gran árbol… mi árbol amado”.

Hoy llegué a buscar a mi tesoro, fuerte y robusto en medio de un simple jardín
Poco cuidado a quien no se prodigaba ningún amor, pero convencida de que ella
Estaría ahí esperando mi llegada, sin moverse a ningún sitio,  Mi vista se dirigió ahí… un vértigo extraño…  ¡era un árbol precioso, llegaría ya tenía señales de gigante!!… ¡Mi árbol!... Sembrado por mis propias manos con una bendición que nadie escuchó…

Ahí estaba… no hubo despedidas ni siquiera derecho a un reclamo…
Tendido como cualquier muerto, sus raíces quemadas con ácido
Sería lo mejor para que no despertara nunca más.

Sentí mucha rabia, impotencia ante las actitudes ajenas…
Tristeza porque no puedo decidir por la vida de nadie ni protegerla ni estar ahí…
No comprendo por qué todo lo que siembro alguien lo destruye
Y recuerdo a Orlando pidiendo un perdón un día antes de su muerte:
“Perdóneme señora… yo no quería hacerlo, pero tenía que obedecer”…
Cada planta, cada árbol que sembrara tenía una orden de arrancarlo
Y ahora, creo que la vida es algo dura conmigo y que aún no entiendo los motivos
“sólo deseaba ver crecer a mi hermosa Bonga”, quería estar ahí bajo ella
Esa sombra que ya abrigaba… pero  la indolencia, la crueldad y las espinas del camino empeñadas en dolerme el alma, perseguían cada acto de sembrar,  yo sólo me consuelo dejando su historia, para que nadie olvide que allí… cerca a un kiosco viejo, alguien se sentaba a ver crecer una hermosa bonga que nunca fue.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, febrero 5/12